“La he perdido para siempre.”
Así comienza el grito ahogado de Irene, rota por dentro, al confesar entre lágrimas que le ha dicho a Cristina la verdad: que es su madre. Pero la revelación no ha traído consuelo, sino un abismo. La mirada de Cristina, cargada de decepción, ha sido más letal que cualquier palabra. Para Irene, ese momento se convierte en el final de una esperanza largamente anhelada.
Don Pedro, lejos de ofrecer un hombro, responde con frialdad brutal. “¿Y qué esperabas? ¿Que te llamara madre y te abrazara como si nada?” Él no entiende el sufrimiento silencioso que ha corroído a Irene durante años. Ella intenta explicarse, pero sus palabras chocan con la muralla emocional del hombre que aún no ha aprendido a perdonar ni a escuchar. Solo Digna, serena y firme, le ofrece un abrazo y una verdad que arde pero también libera: “Las mentiras y los secretos terminan pudriéndolo todo.”
Mientras tanto, Irene toma una segunda decisión dolorosa: rompe con Damián. No porque no lo quiera, sino porque su mundo ha colapsado. “No puedo pensar en nosotros, tengo que encontrar la manera de reparar lo que he roto,” le confiesa. Damián, noble, comprende. “Estoy aquí para ayudarte,” le responde. Pero ella ya está demasiado rota para sostener a alguien más.
En el laboratorio, Cristina encuentra en su trabajo el único refugio. Allí, don Pedro, que ya sabe toda la verdad, intenta consolarla, aunque sin lograr reparar el daño. Cristina está convencida de que su madre la abandonó, y ni la intervención del propio Pedro logra abrir una rendija en su rabia. Lo más impactante es cuando él mismo revela que fue quien la entregó a las monjas y eligió su familia adoptiva. Pero Cristina ya no quiere más explicaciones: sus padres son quienes la criaron, nadie más.
En otro rincón de este drama coral, Pelayo aparece en el despacho de Damián con una mezcla de rabia e impotencia. Ha regresado solo de su “luna de miel”, Marta se ha bajado del coche en plena carretera. Para Pelayo, todo ha sido un montaje. Para Damián, una oportunidad perdida. Sin embargo, el interés político y familiar supera la decepción: ambos acuerdan presionar a Marta para continuar con el tratamiento de fertilidad. “Ese hijo protegerá a todos”, dice Damián, consciente de que el chantaje emocional es su última carta.
Y Marta… Marta resiste. Aunque su padre le recuerda los columpios de la infancia y le confiesa que ese nieto sería su última alegría, ella se planta: “Si decido ser madre, será por amor, no por política.” Es uno de los momentos más crudos del episodio. No por el grito, sino por el silencio. Por ese nudo en la garganta que ni ella ni él pueden tragar.
Mientras esto ocurre, Gabriel, el lobo con piel de cordero, sigue avanzando en su plan. Cristina, aún vulnerable, le entrega la fórmula alterada del perfume. Luis, atento como nunca, detecta un error en el primer lote. ¿Sospechará de Cristina? ¿O caerá en la red tejida por Gabriel con la astucia de un serpiente?
Y entre decisiones, despedidas y heridas abiertas, Sueños de libertad nos lanza de lleno a un capítulo donde el pasado pesa más que el presente. Donde el amor, cuando se revela demasiado tarde, duele como un puñal.
¿Crees que Cristina podrá perdonar a Irene algún día… o el rechazo será definitivo?