En La Promesa, cuando creemos que ya hemos visto todo, surge un nuevo golpe bajo que nos deja sin aliento. Esta vez, el objetivo es una mujer frágil, sensible, que apenas empieza a recuperar su voz: Eugenia. Pero la pregunta es inevitable: ¿es verdaderamente peligrosa… o simplemente víctima de una oscura conspiración?

Todo parece indicar que alguien –o más bien algunos– han puesto en marcha una estrategia despiadada para hacer caer nuevamente a Eugenia en el abismo del sanatorio. Curry, en un gesto de amistad sincera, le recomienda mantenerse alejada de los niños, no por desconfianza real, sino porque saben perfectamente que cualquier excusa, por mínima que sea, puede ser usada en su contra. Y es que, como bien dice Curry: “Lo último que te puedes permitir ahora es un episodio nervioso, que es lo que ellos están esperando”. Pero ¿quiénes son “ellos”?

Leocadia, la impostora de la Promesa, aparece como la principal sospechosa. Desde su llegada, supimos que venía a sustituir a Cruz Izquierdo en el trono de la villanía, pero nadie podía prever hasta qué punto superaría incluso a su antecesora. Bajo una fachada de servicial y dulce dama, se esconde una mente retorcida, que manipula, envenena almas con palabras calculadas y siembra dudas con una precisión quirúrgica. Su objetivo: desestabilizar a Eugenia y hacerla parecer loca.

Lo más triste es que Eugenia no se da cuenta. A pesar de las advertencias de Cruz desde la cárcel, sigue confiando en Leocadia. Y mientras tanto, esta última va creando un escenario perfecto para destruirla poco a poco. Le hace creer que incluso Catalina está celosa de ella, que todos en el palacio desconfían de su salud mental, y que, de un momento a otro, podrían volver a encerrarla.

Pero el verdadero teatro del horror está en las reuniones clandestinas entre Leocadia y Lorenzo, ese marido despreciable que nunca la amó. Hablan sin tapujos sobre lo que planean hacerle a Eugenia, como si estuvieran organizando una fiesta y no una traición vil. Es incomprensible que nadie en el palacio escuche esas conversaciones, sobre todo sabiendo que en La Promesa, las paredes tienen oídos, y los pasillos son auténticos corredores del chisme.

¿Dónde están las siempre perspicaces Martina y Catalina? ¿Y Ángela, que prometió estar vigilante? Nadie parece advertir el infierno que se cierne sobre Eugenia, que cada vez está más sola y atrapada en un juego perverso del que no sabe cómo escapar.

El clímax de esta pesadilla se acerca peligrosamente: el bautizo del jueves promete ser la chispa que lo encienda todo. Se rumorea que estallará un nuevo drama de proporciones gigantescas, capaz de sacudir las redes sociales y dejar a la audiencia sin aliento. ¿Será Eugenia el centro de ese escándalo? Todo apunta a que sí. Leocadia ha plantado su semilla con maestría y solo espera el momento oportuno para que todo estalle.

Y si hablamos de tragedias, no podemos olvidar la historia que ha marcado a Eugenia desde el principio. Obligada por su padre, el barón de Linaja, a casarse con Lorenzo, ha vivido una vida de sometimiento y sufrimiento. Años de internamiento, de sedación con láudano, de ser una espectadora muda de su propia vida. Como si estuviera presente y ausente al mismo tiempo. Dopada, manipulada, anulada.

Incluso Martina, en una reciente conversación, confesó que tras pasar tan solo un mes en el sanatorio, comprendía el infierno que Eugenia había vivido durante años. Y eso que ella no fue drogada ni manipulada como su tía. Porque Eugenia no solo ha sido víctima de un encierro físico, sino también emocional y psicológico.

Y ahora que intenta reconstruir su vida, que quiere volver a ser madre, esposa, hermana… los fantasmas del pasado regresan, no por cuenta propia, sino arrastrados por manos perversas. Leocadia, con su sonrisa de víbora, le susurra al oído lo que quiere que crea. Y lo peor es que lo logra. Porque la mente de Eugenia, frágil y herida, empieza a dudar, a temer, a rendirse.

A estas alturas, muchos nos preguntamos si no será ya demasiado tarde. Si Eugenia no está irremediablemente condenada a repetir su calvario. La escena con Curro, donde este le ruega que se aleje de Lorenzo, resume a la perfección el drama: “No está bien que duermas con él, esto es lo que te está haciendo daño.” Un joven que, a pesar de todo, ve con claridad lo que los adultos parecen ignorar.

Mientras tanto, en las redes y entre los seguidores de la serie, crecen las teorías, los miedos, los lamentos. Porque todos sentimos que Eugenia, dulce y buena como el pan, no merece este destino. Y sin embargo, la ficción se empeña en mostrar que en La Promesa, los justos no siempre son recompensados.

¿Terminará Eugenia en el sanatorio otra vez? ¿Habrá alguien capaz de abrirle los ojos a tiempo? ¿Podrá ella misma tomar el control de su vida antes de que sea demasiado tarde?

Solo una cosa es segura: lo que está ocurriendo no es producto de su locura, sino de una meticulosa campaña de manipulación. Leocadia quiere que todos crean que Eugenia es gravemente peligrosa. Pero la única peligrosa aquí, es ella.

Y así, mientras el reloj avanza hacia el jueves fatídico, los espectadores de La Promesa contenemos el aliento. Sabemos que el drama está a punto de estallar. Que las máscaras caerán. Y que quizá, solo quizá, la verdad consiga abrirse paso entre tantas mentiras.

Hasta entonces… ¡atentos! Porque La Promesa no perdona a los inocentes. Y la batalla por el alma de Eugenia apenas ha comenzado.