«¡Ahora digan la verdad!»
Las palabras de Rómulo cortan el aire como un cuchillo. Tras meses desaparecido, el antiguo mayordomo entra al vestíbulo principal con la misma solemnidad con la que se pronuncian sentencias de muerte. Su mirada no tiembla. Sus pasos no se detienen. Y su objetivo es claro: acabar con la farsa que Leocadia y Cristóbal Ballesteros han tejido sobre La Promesa.
Todo comienza con una cena que huele a desastre. El vino es equivocado, el soufflé quemado, la sopa salada. Una serie de pequeños errores que, lejos de parecer casualidad, dejan traslucir una intención perversa. El personal está al borde. Petra acusa, María sospecha, Toño guarda silencio, y Alonso, humillado ante sus invitados, comienza a dudar de su propio juicio.
La tensión alcanza su punto máximo al día siguiente, cuando una valiosa carpeta azul desaparece misteriosamente del despacho del marqués. Con los nervios destrozados, Alonso no tiene a quién culpar… hasta que las ruedas de una carreta retumban en el patio y una figura que todos creían perdida cruza la puerta principal: Rómulo ha vuelto.
Pero este no es el Rómulo de antes. Su porte es más severo, su voz más firme. Frente a Cristóbal, lanza la primera piedra:
«Te conozco de Valencia. Viviste del engaño. Sedujiste viudas ricas. Y ahora… estás aquí, conspirando con Leocadia».
El silencio cae como un manto sobre el salón.
Leocadia, elegantemente sentada, intenta mantener la compostura. Pero entonces Rómulo lanza la bomba:
«Podrías ser el padre de Ángela».
La sala se hiela. Ángela, blanca como una sábana, lleva una mano temblorosa a la boca. Cristina, devastada, busca respuestas en una madre que guarda silencio. Y Catalina, observando todo desde la sombra, aprieta los puños.
Las máscaras caen una tras otra. María, que días antes había visto a Cristóbal en aposentos prohibidos, ahora comprende que no era paranoia. Que su instinto estaba en lo cierto. Que el enemigo no venía de fuera… sino que dormía bajo el mismo techo.
El plan de Leocadia es aún más siniestro de lo que se pensaba. Quería tomar el control del palacio desde dentro. Sabotajes en la cocina, papeles desaparecidos, tensiones sembradas entre el servicio, todo para quebrar la voluntad de Alonso, desacreditar a Petra, y convertir a Cristóbal en el nuevo amo de las sombras.
Pero no contaban con María Fernández, ni con Rómulo.
María, impulsada por el recuerdo de Hann y el sufrimiento de Pía, había empezado a investigar, a hacer preguntas incómodas. Se enfrentó incluso al padre Samuel, quien le pidió silencio, temeroso del veneno que Leocadia podía soltar si se sentía acorralada.
Esa misma noche, María escucha tras la puerta un plan escalofriante: Leocadia quiere enviarla de vuelta a su aldea. «Pero no sin antes darle una lección que no olvide». Y mientras Leocadia bebe vino tinto y Cristóbal reporta avances como un soldado leal, María prepara su contraataque: decir toda la verdad a Rómulo.
Y es entonces, en ese salón lleno de mentiras y traiciones, que Rómulo lo expone todo. Los secretos, las alianzas, las noches compartidas en silencio, las miradas ocultas.
La verdad desgarra a la familia Luján como nunca antes.
Leocadia, arrinconada, intenta negar. Pero Ángela rompe a llorar:
«Mamá… es verdad. Él podría ser mi padre».
Ese es el punto de quiebre. La promesa ya no será la misma.
El telón ha caído. Las alianzas cambiarán. Y las consecuencias serán imparables.