“Fue manipulación emocional más de una vez…”
La frase de Begoña retumba como un trueno en la mente de Andrés. Y con ella, comienza el desmoronamiento de muchas certezas…

La noche cae sobre la casa de los De la Reina, pero lejos de traer paz, abre paso a una tormenta silenciosa. Gabriel, con su sonrisa calculada y su impecable traje, se despide fingidamente de la familia… solo para ser detenido por Damián. Lo que parecía una despedida se convierte en una propuesta insospechada: quedarse a vivir con ellos e incorporarse como abogado oficial de la empresa. Para Gabriel, es el primer paso hacia el poder que siempre ha ambicionado. Para Don Pedro, es una amenaza disfrazada de cortesía. Las miradas entre ambos lo dicen todo: el conflicto es inminente.

En otro rincón de la ciudad, Joaquín no duerme. Movido por una obsesión que ya raya en la necesidad vital, visita a Fernández, antiguo compañero de Górriz. El encuentro no es casual: allí obtiene información que lo sacude. Datos que apuntan directamente a Don Pedro. Esa misma noche, sin pensarlo dos veces, entra a escondidas a la casa del empresario y encuentra los documentos que necesitaba. No hay vuelta atrás. Con esas pruebas, se presenta ante el sargento Pontón. La Guardia Civil ya está al tanto. La justicia, al fin, empieza a moverse.

Pero los secretos no terminan ahí. En casa, Begoña se sienta frente a Luz, nerviosa por los resultados de su examen de medicina. Mientras su hija duda de su vocación, ella descarga una verdad: María fingió su intento de suicidio para retener a Andrés. No fue la primera vez. Además, sospecha que su cercanía con Raúl no es del todo profesional. Luz, dividida entre el deber moral y el miedo a lo que podría pasar, guarda silencio. Sabe que la verdad es poderosa… y peligrosa.

Mientras tanto, Andrés es arrastrado por la corriente emocional de su entorno. Su madre lo presiona, Don Pedro lo convoca, y María… María juega su carta más fuerte. Le muestra sus heridas, apela a su compasión, a su culpa, a ese amor que aún late aunque él lo niegue. Pero el golpe de gracia llega de parte de Begoña: “Lo de María no fue un desmayo real”. Andrés empieza a tambalearse. Por primera vez, se cuestiona si ha sido víctima… o cómplice.

En paralelo, Luis y Cristina retoman la creación de una fragancia, tratando de reconstruir la confianza perdida tras el desastre con Cobeaga. En el laboratorio, sus gestos dicen más que las palabras: la química entre ellos sigue intacta. Pero Cristina carga con una disyuntiva más compleja. Su prometido, cada vez más distante, le exige que abandone su trabajo. Ella, atrapada entre el amor y su independencia, se pregunta si puede tener ambas cosas sin rendirse ante ninguna.

Al llegar la noche, María se retira con dolores. Pero no está sola. Gema la espera, paciente, amorosa. En ese espacio íntimo, ambas se abren el alma. María confiesa que los médicos no le dan esperanzas. Gema responde con una historia propia, cargada de renuncia y resiliencia. La pérdida de su capacidad para ser madre, y cómo criar a la hija de su prima le devolvió la vida. “Rendirse no es una opción”, le dice. Y en ese momento, entre lágrimas y abrazos, María encuentra una chispa de algo que había perdido: consuelo real.

Y mientras todo esto ocurre, los Beltrán organizan una cena. Parece una escena tranquila, pero cada gesto, cada palabra, esconde una historia. Gabriel recibe elogios por su nuevo puesto. Luz es abrazada con orgullo. Don Pedro, extrañamente abierto, los invita a volver cuando quieran. Hay una paz frágil, hermosa, casi irreal. Por una noche, todos creen que el futuro aún puede construirse desde el amor y la unidad.

Pero lo que nadie sabe es que, en las sombras, el verdadero juego apenas comienza. Las lealtades están cambiando. Las máscaras caen. Y los que creen tener el poder… pronto podrían perderlo todo.

¿Puede una mentira enterrada salvar a una familia rota? ¿O solo servirá para que todo arda aún más?