“Ella le dio un beso… pero no fue de amor. Fue un gesto impulsivo, fugaz. ¿Y si Toño se está enamorando solo?”
En el hangar de La Promesa, donde los motores rugen y los sueños de volar se entrelazan con las pasiones humanas, se teje una historia de aparente ternura que podría esconder intenciones mucho más complejas. Toño, el joven noble y sencillo, ha caído bajo el encanto de Enora, una mujer que parece hecha de viento y acero, decidida, brillante y con la vista puesta en el cielo.
Desde que llegó al palacio, Enora ha captado la atención de todos. No es una doncella, ni una dama aristocrática. Es una mujer de ideas propias, una pionera que habla de hélices, cilindros y sueños de altura. A Toño, acostumbrado a un mundo más terrenal, ella le parece un cometa que pasa fugaz pero que deja una estela imborrable.
Y sin embargo, detrás de cada sonrisa de Enora hay una pregunta sin respuesta: ¿Qué busca realmente en Toño? Él, ilusionado, prepara un picnic con la esperanza de conquistar su corazón. Ella acepta. Se ríen, comparten pan, vino y silencios… pero al final del día, algo queda claro: lo de ellos no es amor. O no todavía. O quizás nunca lo será.
Porque Enora, aunque no juega con maldad, sí juega con ambigüedad. Es impulsiva, sí. Es cariñosa, también. Pero también es práctica, y su mundo gira en torno a Manuel y a los aviones. Cuando Toño le habla de sembrar, ella piensa en despegar. Cuando él le ofrece su corazón, ella entrega apenas una sonrisa, una mirada agradecida… y nada más.
Manuel, por su parte, observa desde lejos. Ya ha advertido a Toño. No porque Enora sea peligrosa, sino porque sabe que hay momentos donde el amor es un lujo que no todos pueden permitirse. Él mismo carga con el peso de dos viudez, con un duelo que aún no ha cicatrizado. Y Enora lo sabe. Lo siente.
Por eso pregunta por él. Por eso investiga. Por eso, cuando lo ve, sus ojos brillan de otra manera. No con ternura, sino con admiración. Porque él representa todo lo que ella sueña. Y aún así, se contiene. Porque Enora es muchas cosas, pero no es imprudente.
Aún así, esta historia no es tan inocente como parece. En una época donde una caricia fuera de lugar puede ser un escándalo, los gestos efusivos de Enora —un beso leve, un abrazo espontáneo— no son tan ingenuos como parecen. Son gestos que confunden, que despiertan ilusiones en un Toño que ya está perdido entre la admiración y el enamoramiento.
Y es aquí donde todo puede romperse.
Porque Enora, al no poner límites claros, puede estar alimentando falsas esperanzas. Porque Toño, en su nobleza, podría no ver venir el golpe. Y porque en La Promesa, los corazones rotos no siempre se curan.
¿Puede una mujer tan libre como Enora encontrar el amor en un mundo que no está hecho para ella? ¿O terminará volando sola, dejando atrás a quienes intentaron alcanzarla?