“¿Sabes lo que pienso? Que tus hijos se merecen alguien mejor. Eres una mala madre.”
No fue una amenaza, fue un puñal. Martina de Luján, con voz firme y mirada helada, lanzó esa frase contra su prima Catalina sin un atisbo de remordimiento. En ese momento, toda máscara cayó: la joven que una vez fue símbolo de rebeldía glamorosa se convirtió en el rostro más doloroso del egoísmo aristocrático.
Martina no llegó a La Promesa como una sobrina respetuosa. Desde el primer minuto, impuso su estilo: teatral, impulsiva, y profundamente convencida de que el mundo debía rendirse a sus pies. Engañó a sus padres, abandonó París, mintió sobre sus intenciones y se instaló en la finca como si se tratara de su resort personal. Y nadie la detuvo.
Lo que siguió fue una cadena de decisiones que oscilaban entre lo caprichoso y lo destructivo. Su relación con Curro comenzó como un juego coqueto y terminó siendo una montaña rusa emocional que lo dejó devastado. Jamás valoró sus sentimientos. Curro se entregó, ella lo exprimió emocionalmente y luego, tras la muerte de su padre, lo descartó con la misma ligereza con la que elige vestidos.
La espiral descendente no terminó ahí. Martina cayó en el alcohol, refugiándose en la leñera del palacio donde, a solas, bebía coñac escondido. Una etapa oscura, solitaria, reveladora. Mientras Curro trataba de rescatarla, su madre Margarita la protegía y su padre Fernando ignoraba los signos. Así se construyó una personalidad acostumbrada a la impunidad, a que nadie la enfrentara.
Pero lo más inquietante de todo es que Martina ha aprendido a disfrazar sus fracasos como traiciones ajenas. Con el paso del tiempo, en lugar de asumir sus errores, ha perfeccionado el arte de culpar a otros, como si siempre fuera una víctima incomprendida.
Ni siquiera sus viajes escapistas han sido actos de libertad, sino de evasión. Mientras decía visitar a una amiga, se embarcó en una tournée de fiestas y flirteos por el norte del país. Y como era de esperar, volvió a La Promesa del brazo de San Jacobo, un nuevo “trofeo emocional” más que un verdadero compañero.
Hoy, el conflicto se intensifica. Frente a la presión de los nobles y la crisis con los trabajadores, en vez de respaldar a su prima Catalina, Martina opta por el ataque. Presume de ser dueña del 25% del palacio y se cree con más derecho que nadie a decidir sobre la finca. Pero nada es más revelador de su arrogancia que acusar a Catalina de ser una mala madre. Martina, la misma que ha mentido, manipulado y abandonado compromisos como si fueran juguetes rotos.
Ese insulto no fue solo cruel. Fue el punto de quiebre. Ahí es donde Martina ha cruzado una línea que quizás ya no pueda revertir.
Y ahora nos queda preguntarnos: ¿Martina está realmente fuera de control o todavía hay esperanza de redención en ella? ¿Será capaz algún día de asumir la responsabilidad de sus actos y sanar el daño que ha causado? ¿O estamos, irremediablemente, ante el retrato final de una niñata malcriada?