“Quien controla el fuego, controla la memoria.”

Esa parece ser la consigna en La Promesa, donde esta semana un giro en apariencia silencioso sacude con violencia la estructura narrativa de la serie: la figura del Duque de Carril, siempre al margen, pasa a ocupar el centro de una red de conspiraciones que se extiende como veneno entre los muros del palacio.

El regreso de López no trae respuestas, sino más sombras. Su misión secreta en casa del Duque —una búsqueda desesperada de pruebas sobre la muerte de Jana— culmina en una escena perturbadora: el cuaderno dorado, esa libreta que contenía el testimonio clave de la investigación, desaparece… calcinada en la chimenea del despacho del Duque tras una sospechosa visita del capitán Lorenzo de la Mata.

¿Se trató de un gesto de protección? ¿O de un pacto para silenciar lo inconfesable?
Lo cierto es que el fuego no solo consumió papel. Consumió verdad.

Lorenzo, apodado ya entre bastidores como “el capitán garrapata” por sus sucias maniobras, se presenta en la residencia del Duque con un motivo en apariencia banal: eludir preguntas incómodas sobre la hija de Andújar. Pero nadie cree esa fachada. La tensión entre él y Federico, la incomodidad al mencionar a Jana, y el resultado final —un cuaderno destruido— apuntan a un propósito mucho más oscuro: ocultar una verdad que compromete al ejército, a la nobleza… y a la propia corona.

Paralelamente, el caso de Esmeralda, la gerente desaparecida de la joyería, vuelve a emerger como un eco espectral. Ni su familia sabe de su paradero. La prensa especula. Y los silencios del Duque y su secretario alimentan una teoría cada vez más sólida: fue silenciada. Porque supo demasiado. Porque quizás rozó el corazón de una trama criminal que une a Leocadia, a Lorenzo… y a un hombre poderoso con voz de mando: el Duque de Carril.

Pero ¿quién es realmente ese Duque?

Algunos rumores se atreven a ir más allá. Desde hace meses circula entre los seguidores más atentos una teoría escalofriante: que el Duque podría ser el padre biológico de Ángela, fruto de una relación clandestina con Leocadia. Si eso es cierto, la historia no es solo una novela de intrigas. Es una tragedia familiar. Y ese linaje oculto, teñido de poder, sangre y traición, puede ser la llave que explique no solo la caída de Jana, sino el destino de toda la familia Luján.

Sin embargo, tras la confesión de López de que no encontró nada, la pregunta inevitable golpea con fuerza:
¿Ha terminado aquí la historia del Duque?
¿Su personaje —interpretado por el aclamado Pepe Nufrío— se esfumará como si nada?

Sería, para muchos, una pérdida narrativa imperdonable. Porque si el Duque desaparece, también se deshace la posibilidad de entender el verdadero alcance de la red de corrupción que une el asesinato de Jana, la desaparición de Esmeralda y el negocio turbio de las joyas.

¿Y si simplemente lo están guardando para un regreso explosivo?

La Promesa ha demostrado más de una vez que lo que parece enterrado puede renacer. Que las piezas pequeñas esconden tramas mayores. Y que un cuaderno quemado no siempre significa derrota… a veces significa estrategia.

Por ahora, las certezas son escasas, pero contundentes:

• López volvió con las manos vacías… o con algo tan peligroso que prefirió destruirlo.

• La sala del Duque es el centro de las desapariciones: Jana, Esmeralda, pruebas… todo termina allí.

• Leocadia y Lorenzo podrían formar parte de un triángulo de poder y encubrimiento, donde el Duque es el vértice silencioso.

Y sin embargo, lo más inquietante no es lo que se dice… sino lo que no se dice.

Porque si el Duque ya no vuelve, el mensaje es claro: la verdad fue enterrada. Y nadie está a salvo.

Pero si regresa… La Promesa arderá.

¿Qué sucederá con Gabriel, Vera, Curro, Federico? ¿Quién se atreverá a seguir la huella de Jana hasta el final?