En “La Promesa”, nada es lo que parece, y esta semana la historia de Curro ha estallado como una bomba silenciosa que llevaba tiempo acumulando presión. Lo que parecía un cúmulo de pequeñas humillaciones se ha revelado como una tortura emocional continua, comparable a la gota malaya. Y mientras Curro lucha por mantenerse en pie, el destino de Catalina y Manuel también parece entrelazarse en esta red de poder, manipulación y viejas heridas que nunca terminaron de cerrarse.

La historia comienza con una pregunta aparentemente simple: “¿Nos vamos de La Promesa?”. La respuesta, sin embargo, es contundente. No. No por ahora. Porque aún queda mucho por hacer en esa casa que, sin saberlo, los necesita más que nunca. “Confía en mí, hija”, dice una voz cargada de intenciones, marcando el inicio de una nueva etapa de conflicto y revelaciones.

Curro está al borde del colapso. Las escenas recientes nos han mostrado cómo el joven es víctima de una cadena interminable de desprecios, empezando por Rómulo, que ni siquiera le concede un luto por Eugenia. No hay respiro para él. Se le ordena trabajar de inmediato como si su dolor no valiera nada. Y lo más escalofriante: Alonso, su padre, no solo lo permite, sino que es partícipe silencioso de todo. ¿Dónde está el amor paternal que alguna vez juró sentir?

El martes fue un punto de quiebre. Vimos a Curro romperse por dentro, y en uno de los momentos más humanos y sensibles de los últimos capítulos, fue Ángela quien lo sostuvo, mientras Manuel le brindaba su apoyo con esa serenidad que solo él sabe mantener. Esas imágenes no solo muestran el dolor del joven, sino también la red de afecto que aún lo sostiene… aunque sea por un hilo.

Pero lo más inquietante es la figura de Leocadia. Su influencia sobre el marqués se ha vuelto total, casi enfermiza. Ha ocupado cada rincón de La Promesa como lo hizo Cruz en su momento. ¿Nos hemos olvidado tan rápido de cómo Cruz se apoderó del palacio tras la muerte de doña Carmen? En ese entonces, se convirtió en un pilar indispensable para Alonso, y así logró reconstruir su posición… a costa del sufrimiento de Catalina y Tomás.

¿Y ahora? Ahora vemos la misma historia repetirse, pero con Leocadia como protagonista. La estrategia es la misma: hacerse necesaria, ocupar el vacío dejado por la anterior mujer fuerte de la casa (en este caso, Cruz, ahora en la cárcel), y controlar a todos desde las sombras. Catalina, por tanto, está reviviendo una pesadilla que ya conoció de niña. Antes fue Cruz; ahora es Leocadia. Y la historia, como tantas veces, se repite con los mismos errores.

La situación de Curro es especialmente trágica porque, a diferencia de Catalina y Tomás, él ya no es un niño. Es un hombre joven, sí, pero consciente. Sufre con plena lucidez la humillación diaria, esas “pequeñas” ofensas que poco a poco van destruyendo su espíritu. No hay látigos ni gritos. Solo desprecio, sarcasmo, órdenes secas… y esa indiferencia que hiere más que cualquier palabra dura. Como cuando Leocadia, con su venenosa ironía, suelta: “¿No había un lacayo más torpe para servirnos la merienda?”. Pero esta vez Curro responde. Por fin. Le devuelve las palabras con una dignidad que arranca aplausos silenciosos entre quienes sabemos lo que ha soportado.

Este tipo de violencia emocional, tan insidiosa, es conocida por muchos. Ocurre en familias, en trabajos, en escuelas. Y cuando la víctima finalmente explota, cuando responde, cuando se defiende… entonces es acusada de ser “la conflictiva”. Y es que así funciona el ciclo: el verdugo se disfraza de víctima y el verdadero herido es señalado como el agresor. Por eso el gesto de Curro importa tanto. Es su grito de basta. Y más de uno de nosotros lo sentimos como propio.

Pero aquí no termina todo. Hay que hablar de Manuel. Siempre prudente, siempre moderado, pero con una lealtad hacia Curro que empieza a volverse decisiva. Su cercanía, su apoyo constante, podrían ser claves en los próximos días. Especialmente ahora que Leocadia lo observa todo con ojos como cuchillas. No le gusta ver que Curro aún tiene aliados. Y mucho menos que esos aliados sean miembros importantes de la familia.

Y Catalina… ¡Ay, Catalina! Ella es el espejo del pasado. La niña que perdió a su madre y vio cómo una extraña tomaba el control de su casa. Ahora adulta, presencia la repetición de la misma tragedia, con un nuevo rostro. ¿Será capaz de frenar el ascenso de Leocadia? ¿O será, como entonces, una testigo impotente del derrumbe de su mundo?

No es casualidad que el marquesado parezca un campo de batalla entre las nuevas figuras de poder (Leocadia) y los viejos herederos del linaje (Catalina, Manuel, incluso Curro). La línea sucesoria, los afectos reales, todo está en juego. Y si algo nos ha enseñado esta serie, es que nada permanece oculto para siempre.

Mientras tanto, los fans, los promisers, los clippers —todos nosotros— no podemos evitar tomar partido. El sufrimiento de Curro ha tocado una fibra profunda. Es por eso que hoy más que nunca, lo apoyamos sin reservas. No queremos medias tintas. Queremos justicia. Queremos que la verdad salga a la luz, que los verdugos sean desenmascarados y que los que han callado tanto tiempo por fin hablen.

Si algo queda claro, es que Curro ya no puede —ni debe— callar. Y quizás, solo quizás, lo que está por venir será el inicio de su liberación… y el de Catalina y Manuel también.

Porque a veces, la justicia tarda… pero llega. Y esta vez, La Promesa nos lo va a demostrar.