“He guardado este veneno dentro de mí durante demasiado tiempo.”
La frase de Curro no solo resonó en la habitación donde la pronunció, sino que se propagó como una onda sísmica por los pasillos del palacio de La Promesa, rompiendo muros de silencio, desenterrando viejos odios, y revelando que lo peor… está aún por llegar.
Desde la primera luz del lunes 28 de julio, todo en La Promesa parecía distinto. El amanecer cubría el mármol con un brillo engañoso. Bajo esa calma aparente, hervía una tormenta silenciosa. Los primeros que la sintieron fueron Cristóbal, el nuevo mayordomo, atrapado entre las exigencias despóticas del capitán Lorenzo y su deseo de justicia para el joven Curro, y López, expulsado de las cocinas por orden directa, víctima de un sistema cruel y arcaico.
Pero el verdadero núcleo de la tormenta fue la confesión de Curro. En una habitación aún impregnada por la memoria de su hermana Yana, frente a Pía, Curro dejó caer la verdad como un puñal: “Yana fue asesinada. La envenenaron.”
Esa revelación lo cambió todo. No solo liberó su alma, sino que lo encadenó más profundamente a una búsqueda de justicia que lo enfrentaría a los poderes más oscuros del palacio. ¿El principal sospechoso? El capitán Lorenzo. El mismo que ya era blanco de las sospechas de Ángela, la mujer que Curro ama, y que ha estado investigando su implicación en la muerte del marqués de Andújar.
Esa noche, bajo la luna, Curro compartió la verdad con Ángela. Pero en lugar de unirlos, el secreto los separó. Porque si Lorenzo es culpable de ambas muertes, entonces el amor entre Curro y Ángela está maldito por el destino.
Y mientras esa verdad se abría paso como un veneno silencioso, otra batalla se libraba entre Catalina y el varón de Valladares. Su cruzada por condiciones dignas para los jornaleros fue respondida con amenazas de boicot y ruina. Adriano, su aliado más cercano, empezó a flaquear ante el miedo, y Martina, su propia sangre, se rebeló contra ella. La familia Luján no solo está dividida, está al borde del colapso.
En los márgenes de este caos, un amor pasado regresó para reclamar su lugar. Ricardo, el antiguo mayordomo, enfrentó a Santos, dispuesto a todo para liberar a Pía de su chantaje. Y en el hangar, entre planos y sueños, Enora y Manuel encontraron una esperanza. Su motor recibió el aval de un gran ingeniero. Por un instante, el futuro voló más allá del dolor.
Pero ese instante fue breve. Porque el veneno no solo mató a Yana. El veneno sigue vivo, en las palabras no dichas, en los secretos, en los pasillos que guardan traiciones con perfume de flores secas. Y lo que comenzó con una confesión… solo ha abierto la primera grieta de una caída inevitable.
¿Hasta dónde llegará esta verdad? ¿Qué alianzas sobrevivirán cuando todos sepan lo que se oculta entre las paredes de La Promesa?