“No me mires así”, le dice Marta a Fina sin saber que lo peor está por venir…
La oscuridad envuelve cada rincón del episodio 344 de Sueños de libertad, y los personajes parecen caminar sobre un campo minado de emociones, secretos y traiciones.
Gabriel, con una sonrisa que esconde más de lo que muestra, se acerca a Cristina. No son palabras dulces las que le susurra, sino trampas disfrazadas de ternura. Ella, atrapada entre la duda y el deseo, cae poco a poco en una red de engaños que no alcanza a comprender del todo. La seducción se convierte en una estrategia: Gabriel la arrastra, casi sin resistencia, a un acto que cambiará el curso de sus vidas. Entran juntos al laboratorio donde se cuece el nuevo perfume… y también el destino de toda la familia.
Mientras tanto, Tío entra al dispensario y el tiempo parece detenerse: Begoña yace en el suelo, su cuerpo sin fuerzas y su rostro desfigurado por el miedo. No hay sangre, pero la escena es aterradora. El eco de un ladrón que se desvaneció entre las sombras aún resuena en las paredes. El grito de Tío parte el silencio y activa la alarma, pero pronto descubre que la vida de Begoña, aunque frágil, aún resiste.
En otra parte, Gabriel continúa tejiendo su telaraña. Su objetivo es claro: apoderarse del nuevo perfume. Con una frialdad calculada, se hace con las llaves del laboratorio, dispuesto a sacarles una copia. Pero su plan casi se ve truncado cuando Damián irrumpe en escena. Con una mirada que no deja lugar a dudas y una voz cargada de autoridad, el patriarca lanza una advertencia clara: Cristina está comprometida, y nadie—nadie—jugará con ella. Gabriel lo escucha, pero no retrocede. La tensión entre ellos se transforma en una amenaza silenciosa que crecerá en los días venideros.
Fina, por su parte, acaricia la ilusión de una vida con Marta y el hijo que aún no tienen. Imagina días de amor, ternura y complicidad. Pero también la asalta una inquietud: el tratamiento al que Marta deberá someterse le despierta una angustia silenciosa, como si la felicidad que tanto anhela estuviera hecha de cristal.
En medio del caos, Andrés recibe la noticia del ataque a Begoña. Su impulso es correr hacia ella. Pero María se interpone. No con palabras, sino con una mirada desesperada, una súplica muda. No la dejes. No la busques. Quédate conmigo. En ese instante, el pasado, el presente y el miedo a perderlo todo se funden en el abrazo de María, quien se aferra a Andrés con una intensidad que raya en lo obsesivo.
En los laboratorios, Damián propone crear un nuevo perfume para conmemorar el aniversario de la banda de La Reina. Pero los hermanos Merino lo rechazan con furia. Para ellos, es una ofensa a la memoria de su padre. Lo que Damián ve como una oportunidad, ellos lo consideran una traición. El rechazo lo hiere profundamente y la furia contenida brilla en sus ojos.
La tensión estalla cuando Joaquín se enfrenta a Damián. Con voz firme y sin vacilar, defiende a don Pedro. No cree en su culpabilidad ni en la sombra que Damián ha intentado proyectar sobre él. Las palabras se convierten en armas, y la escena se transforma en un duelo de lealtades y verdades opuestas.
Don Pedro, firme como siempre, exige una investigación ejemplar. Quiere respuestas. Y nombra a Gabriel como el encargado de encontrar al responsable del robo. La ironía es cruel: el ladrón es quien debe desenmascararse a sí mismo.
Pero don Pedro no se detiene ahí. En un ataque de furia, lanza acusaciones contra Marta, Tacio y Andrés, culpándolos indirectamente del caos reciente. Su voz resuena como una sentencia. La sombra de la desconfianza se extiende, manchando incluso los lazos más fuertes. Gabriel, testigo de todo, siente en su pecho una tristeza que no logra nombrar. Es como si ya fuera tarde para salvar lo que una vez fue una familia.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para proteger sus secretos? ¿Puede el amor sobrevivir cuando la traición se disfraza de ternura?