La Promesa está a punto de estallar en una tormenta de emociones, traiciones y enfrentamientos que marcarán un antes y un después en la historia de la familia Luján. Todo comienza con lo que debería haber sido una celebración: el bautizo de los hijos de Catalina y Adriano. Sin embargo, lo que parecía una ceremonia familiar termina convirtiéndose en una jornada cargada de tensión, amenazas, locura… y pólvora.
Leocadia, siempre manipuladora y calculadora, no pierde la oportunidad de sembrar el caos. En plena comida familiar, con la presencia del infame don Lisandro Duque de Carvajal Cifuentes, lanza una bomba que deja a todos boquiabiertos: ha decidido, sin consultar con nadie, que el duque será el padrino de los bebés. Catalina y Adriano, sorprendidos y humillados, se ven arrastrados a este compromiso sin opción a réplica. ¿Fue una ocurrencia de Leocadia o un plan cuidadosamente orquestado junto a Lisandro? Todo apunta a que el duque estaba al tanto, y que ambos buscan mover fichas en un tablero de poder mucho más oscuro.
Mientras se cocina esta jugada, Lorenzo y Leocadia continúan su macabro plan para desestabilizar a Eugenia. La están manipulando con astucia, haciéndole creer que uno de los bebés, Andrés, siente un amor especial por ella, recordándole a su hijo Curro. Las palabras dulces, las sonrisas forzadas y las insinuaciones de Leocadia no son casuales: están diseñadas para llevar a Eugenia al borde del colapso. Pero lo que nadie espera es que Eugenia podría no estar tan perdida como aparenta… Algunas teorías circulan en los mentideros de la casa: ¿y si Eugenia está fingiendo su locura? ¿Y si todo es parte de un plan para dar el golpe definitivo a sus enemigos?
La tensión alcanza su punto máximo el día del bautizo. Lo que debería ser una jornada de alegría se transforma en una escena digna del más oscuro de los dramas. Según las imágenes filtradas por Televisión Española, Eugenia encuentra el arma que Lorenzo guarda en su habitación y, fuera de sí, dispara. El caos estalla. Invitados aterrorizados, gritos, sangre… La paz de La Promesa se rompe en mil pedazos.
Pero no acaba ahí. Lo más perturbador está por llegar. En medio del tumulto, Eugenia sube al torreón del palacio con un bebé en brazos —y todo indica que se trata de Andrés. Desde lo alto, el peligro es inminente. La imagen de Eugenia al borde del vacío con el niño en brazos es escalofriante. ¿Está dispuesta a lanzarse? ¿O es solo una amenaza para hacer que la escuchen? ¿Llegará a ese extremo? Los espectadores temen lo peor. Una escena así podría marcar un punto de no retorno.
Mientras tanto, en otro frente, Adriano demuestra que es mucho más que un simple campesino. En un momento de gran tensión, planta cara al mismísimo don Lisandro, defendiendo a su familia y su dignidad como padre y esposo. Lisandro, con su habitual desprecio de clase, le recuerda que él no es más que un vulgar criado. Pero Adriano no se achica. Con temple y valentía, le responde que prefiere ser campesino y hombre honesto antes que un noble sin escrúpulos. La tensión entre ambos se palpa, y por primera vez, el duque se queda sin palabras. No está acostumbrado a que nadie se le enfrente así. Pero Adriano ha llegado para ponerle freno.
El duelo de palabras entre ambos no es solo un simple intercambio. Adriano conoce secretos del pasado de don Lisandro, concretamente su relación con el conde de Monteverde, su anterior patrón. Y esos secretos podrían ser el as bajo la manga que lo proteja. Quizás incluso tenga pruebas. Lo que está claro es que Lisandro empieza a ver a Adriano no solo como un rival, sino como una amenaza real.
El poder del duque se tambalea ante la integridad de un hombre humilde pero valiente. Y no solo eso: incluso Leocadia, en una conversación privada, admite sentir una extraña fascinación por Adriano. Aunque lo detesta por ser inferior según sus estándares clasistas, reconoce que tiene algo que ella y Lisandro envidian: coraje.
Así, el episodio del bautizo, lejos de ser un simple rito religioso, se convierte en el campo de batalla de varias guerras: la lucha de Adriano por su familia, la venganza de Eugenia, la manipulación de Leocadia y la amenaza constante que representa Lisandro. La Promesa, fiel a su esencia, nos regala un capítulo explosivo donde las máscaras caen, las armas se disparan y las alianzas se rompen.
¿Conseguirá Eugenia controlar sus impulsos o caerá víctima de la locura? ¿Adriano logrará proteger a su familia del peligro que representa Lisandro? ¿Y qué papel jugará Leocadia, la eterna titiritera, en todo este enredo?
Una cosa está clara: La Promesa ya no será la misma después de este bautizo. Las consecuencias apenas empiezan… y la sangre ya ha manchado el altar.