“Tú te estás escuchando, Andrés. Estás viendo fantasmas donde no los hay.”
Estas palabras de Damián resuenan con fuerza en uno de los episodios más cargados de tensión en Sueños de Libertad. Pero ¿realmente son fantasmas lo que ve Andrés, o su intuición está más afinada de lo que todos creen?
La historia se abre con un detalle aparentemente menor pero simbólico: Luz intenta convencer a don Pedro de someterse a un chequeo médico, y él se niega con obstinación. Es una negativa que revela no solo su deterioro físico, sino también su resistencia emocional a mostrarse vulnerable. Luz, paciente pero firme, ve más allá de la fachada de autoridad. Aunque Pedro intenta evadirla con sarcasmo y evasivas, su cuerpo ya empieza a hablar por él.
Pero es en el otro despacho donde la tormenta realmente está por estallar. Andrés, en un estado de creciente frustración, enfrenta no solo las consecuencias de una negociación fallida con Kobeaga, sino también la creciente influencia de Gabriel. A ojos de Andrés, cada problema reciente en la fábrica parece tener la huella de su primo. Su enojo se mezcla con una convicción incómoda: que Gabriel no es quien aparenta ser.
La discusión con Marta y Damián sobre el rumbo que deben tomar muestra un Andrés decidido pero también cada vez más solo. La propuesta de lanzar una fragancia conjunta es la última carta, pero Andrés ya no confía en quienes lo rodean. La conversación que sigue con su padre se convierte en un campo de batalla emocional: acusaciones, sospechas y heridas del pasado salen a la luz.
Damián, intentando mantener la calma, le exige madurez. Pero Andrés no se deja reducir a la idea de unos simples celos. Para él, hay indicios concretos: manipulación en las votaciones, mentiras sobre el pasado laboral de Gabriel, y una serie de eventos que, aislados, podrían parecer insignificantes, pero juntos forman un patrón inquietante.
A medida que la discusión se intensifica, queda claro que Andrés no busca simplemente proteger su corazón roto. Quiere proteger lo que queda de su familia, de la empresa, de su propio legado. Y está dispuesto a enfrentarse incluso a su padre para lograrlo. El grito final de Damián marca un quiebre: la línea entre lo personal y lo profesional se ha borrado por completo.
El episodio deja preguntas que calan hondo: ¿Es Gabriel un oportunista disfrazado de aliado? ¿Está Andrés condenado a perderlo todo por aferrarse al pasado? ¿Hasta dónde puede llegar una intuición cuando está cargada de emociones sin resolver?
La tensión es real, el drama es profundo, y las lealtades están al borde de romperse.
Tú, como espectador, ¿qué opinas? ¿Está Andrés cegado por los celos o realmente está viendo lo que otros no quieren aceptar?