«Derribar a un conde no requiere espadas… solo una palabra bien colocada.»
En el capítulo 626 de La Promesa, el lunes 30 de junio, el amanecer no traerá paz, sino fuego bajo la superficie. La llegada de Cristóbal Ballesteros al palacio no es casualidad: es la nueva pieza clave de una partida envenenada que amenaza con hacer tambalear los cimientos del título de los Carvajal y Cifuentes. Propuesto por Leocadia, esta figura enigmática podría ser un simple sustituto de Lisandro… o el principio del fin para Adriano.
Tras la escandalosa salida de Lisandro, Leocadia no se encierra a lamer sus heridas. No. Se alza más peligrosa que nunca. En su alcoba, observa el palacio como una generala que planea el siguiente ataque. Y su primer movimiento apunta directo al corazón de la Promesa: sembrar la duda en Alonso.
El encuentro entre Leocadia y Alonso en su despacho es una obra de precisión psicológica. Con palabras suaves y mirada de acero, insinúa lo que Alonso no se atreve a decir en voz alta: Adriano está fuera de control. Borracho de poder y vino, el joven conde ha mancillado el título con su comportamiento en la fiesta. La semilla del desprestigio ha sido plantada, y el rostro de Alonso refleja la lucha interna de quien comienza a ver en su yerno no un heredero, sino un riesgo.
Pero Leocadia no se conforma con insinuaciones. Menciona a Catalina, su ahijada, la hija de Alonso, como la víctima silenciosa de este caos. Y eso basta para quebrar el muro de contención del marqués. Las palabras se clavan como cuchillas: “No deberías tener que hacer de niñera del conde de Carvajal y Cifuentes.”. El golpe es tan elegante como letal. Cuando Leocadia se retira, Alonso queda sumido en dudas, enfrentando por primera vez la posibilidad de que su apuesta por Adriano haya sido un error.
Mientras arriba se libran guerras de veneno diplomático, abajo, en las cocinas, Lope se prepara para una misión desesperada. Guiado por Vera, que conoce cada rincón de la mansión de los duques de Carril, memoriza los horarios de Jacinto, los accesos traseros, los escondites. Todo está planificado al milímetro… pero el miedo no entiende de planos.
El objetivo es claro: encontrar pruebas sobre Salvador, el joven desaparecido, y el oscuro pasado del duque Gonzalo. Pero esta vez, no es solo una investigación. Es una infiltración de alto riesgo. Vera lo guía con firmeza, aunque su rostro refleja el miedo de quien sabe que puede perderlo todo.
Y justo cuando la tensión alcanza el límite, Curro aparece. Su entrada congela el ambiente. Ha escuchado todo. Y no está de acuerdo.
Las palabras de Curro, marcadas por el recuerdo de Jerónimo, otro amigo perdido por idealismo, son un grito de desesperación. “¿Quieres terminar en una zanja como él? ¿Quieres pudrirte en una cárcel militar?” Su voz resuena con fuerza, recordando que esta no es una historia de aventuras, sino de vida o muerte.
Lope, por un instante, titubea. El miedo lo invade. Pero la desesperación por ayudar a Salvador lo empuja de nuevo hacia el abismo. “No puedo quedarme aquí cocinando faisanes mientras él sufre.”
Vera intenta mediar, pero es evidente que esta misión los ha dividido. Lope no solo arriesga su vida: arriesga también su amor, su lugar en la Promesa, su futuro.
Y mientras todo eso sucede, el nombre de Cristóbal Ballesteros comienza a sonar por los pasillos. ¿Quién es realmente? ¿Un peón más de Leocadia o su nueva arma secreta? ¿Está allí para ayudar… o para destruir?
El capítulo 626 se perfila como una tormenta perfecta de estrategias, traiciones y decisiones imposibles. Las piezas están en movimiento. Y cada paso que dan nuestros protagonistas los acerca más a un destino que nadie podrá evitar.
¿Logrará Leocadia hundir a Adriano con sus intrigas? ¿Podrá Lope salir con vida de la casa del duque? ¿O será este el principio del fin para los héroes de La Promesa?