Pero no es el único frente abierto. La tensión estalla en los pasillos del palacio cuando Leocadia descubre que ha sido excluida de una decisión crucial: la destitución de Petra. Catalina y Martina, con una determinación sorprendente, han tomado las riendas sin consultar a quien durante años fue un pilar de autoridad. Leocadia lo ve como una traición, una amenaza directa a su poder, y no duda en reprender a las jóvenes con dureza. Sin embargo, sus palabras no consiguen acallar el eco de un cambio generacional inevitable. Catalina avanza con pasos firmes, dispuesta a construir un nuevo orden en La Promesa. Alonso intenta mediar, reconociendo el valor de la experiencia de Leocadia, pero también defendiendo el derecho de las nuevas generaciones a decidir. El conflicto ya no es solo entre personas: es entre eras, entre formas de ver el mundo. Lo que antes eran simples diferencias se convierten ahora en verdaderas luchas por el control del futuro del palacio.

Mientras tanto, Manuel da una muestra de madurez que sorprende a todos. Pese a las traiciones y las mentiras, le ofrece a Toño una nueva oportunidad: paga su deuda y le propone que empiece de cero, que recupere a su familia y que abrace una nueva vida. Pero Toño, atrapado entre el orgullo y la culpa, no puede aceptar la ayuda. La generosidad de Manuel lo enfrenta a sus propios fracasos, y su respuesta es un rechazo que duele más que cualquier insulto. En lugar de avanzar, Toño elige castigarse. Sin embargo, tras esta dolorosa escena, llega una carta inesperada: alguien quiere comprar el proyecto del motor. La propuesta es seria, clara, y Manuel responde con entusiasmo. Es un paso importante, una luz entre las sombras que puede cambiar el destino económico de La Promesa.

Pero ni siquiera esta buena noticia puede borrar el vacío emocional que consume a Manuel. Busca consuelo en Simona y le confiesa una visita desgarradora: ha ido a la tumba de Jana. Al tocar la lápida, revivió todas las heridas que nunca llegaron a cerrarse. Simona lo escucha en silencio, con el peso de una historia que aún duele demasiado. Porque en La Promesa, incluso los silencios gritan verdades que nadie se atreve a decir en voz alta.

El regreso de Adriano marca otro punto de inflexión. Ha superado una etapa crítica y vuelve al palacio, no solo como un hombre recuperado, sino como una figura que empieza a reconfigurar el equilibrio de poder. Su presencia provoca un cambio insospechado en Don Lisandro, que ahora se muestra amable y hasta colaborador. ¿Arrepentimiento real o estrategia para no quedar al margen si Adriano gana protagonismo? Nadie lo sabe. La desconfianza reina, y Adriano, prudente, decide no bajar la guardia. Especialmente cuando Catalina y Emilia toman decisiones por él, supuestamente por su bien, pero que él interpreta como una invasión a su autonomía. El orgullo de Adriano sufre, y la tensión entre él y su esposa comienza a crecer.

En este clima de incertidumbre, el duque da otro golpe de efecto: anuncia que ha preparado un regalo para el pueblo… y también uno especial para Catalina y Adriano. Al principio todos suponen que se trata de algo simbólico o material, pero la sorpresa es total cuando revela su verdadero contenido: una decisión política o familiar que afectará el futuro de La Promesa. ¿Una cesión de tierras? ¿Un nombramiento? ¿Un cambio en la línea sucesoria? Nadie está preparado para lo que esto implica. Lo que parecía un obsequio se transforma en una carga pesada. Y desde ese instante, todo comienza a cambiar.

En medio de este torbellino, una joya desata una nueva tormenta. Ricardo encuentra una pulsera con esmeralda en la sala de planchado. Rómulo, al verla, no la considera una simple pérdida: sospecha que oculta algo más. Reúne al personal para averiguar su origen, y la tensión se palpa en el aire. Pía, con calma aparente, da un paso al frente y afirma que es suya. Asegura que es un regalo sin valor, pero nadie le cree. Rómulo decide quedarse con la pulsera hasta esclarecer el asunto. Esa misma noche, Pía, presa del pánico, entra sigilosamente en el despacho de Rómulo para recuperarla. Pero no está sola: Lope la acompaña. Ambos deciden ir juntos a la joyería Llop, donde fue comprada la joya, en busca de respuestas.

Lo que descubren allí va más allá de lo imaginable. Documentos, registros y detalles que apuntan a una red de secretos oscuros. La pulsera no es solo una joya cara: es la punta del iceberg de una verdad que podría sacudir los cimientos del palacio. ¿A quién pertenece realmente? ¿Por qué estaba oculta? ¿Y qué relación guarda con otros nombres que empiezan a emerger en la investigación?

Así transcurre una semana en La Promesa, donde cada decisión, cada palabra y cada silencio pesa más de lo que parece. El pasado se mezcla con el presente, los secretos con las lealtades, y los gestos más nobles esconden a veces las intenciones más oscuras. El futuro del palacio está en juego… y lo que viene, lo cambiará todo.