“No es una fiebre… es un castigo.”
La mañana apenas despunta sobre los campos de La Promesa cuando el pánico se apodera del palacio: la pequeña Rafaela, hija de Catalina y Adriano, cae enferma de forma repentina, consumida por una fiebre que no cede. Ni los remedios de Simona, ni las manos temblorosas de Adriano, ni la fe desesperada de Catalina logran calmar el cuerpo ardiente de la niña.
Lo que comienza como una simple dolencia se convierte rápidamente en una pesadilla: nadie puede ayudarles porque nadie está dispuesto a acudir. La marquesa, antes decidida, ahora camina derrotada, con los hombros caídos, sintiéndose impotente. Su energía habitual ha desaparecido, sustituida por un miedo visceral: la vida de su hija está en peligro.
En otra escena, a kilómetros de distancia, el barón de Valladares, con su sonrisa cínica, ejecuta su venganza en la sombra: ha presionado a los médicos de la comarca para que no se acerquen a la finca. Su objetivo es claro: hacer pagar a Catalina por su desafío. Y su venganza no es fría… es tan ardiente como la fiebre que devora a la niña.
Mientras tanto, en las cocinas, otro drama se gesta en silencio. Lope ha desaparecido. Su misión en Córdoba, peligrosa y secreta, ha durado más de lo previsto. Vera y Pía ocultan su angustia mientras Curro, cada vez más consciente de la gravedad de la situación, empieza a sentir que todo lo que han intentado revelar se les escapa entre los dedos.
Pero de repente, Lope reaparece. Polvoriento, herido, agotado… y sin el cuaderno. Lo han destruido. Su fracaso es total, y sus palabras hielan la sangre: el único contacto que podía ayudarlos ha muerto, y los enemigos han quemado todas las pruebas.
Sin embargo, trae una revelación que lo cambia todo: ha visto a Lorenzo de la Mata entrar en la joyería Job. ¿Qué hacía allí el capitán? ¿Qué relación tiene con la red criminal que se oculta tras el asesinato de don Gonzalo y la desaparición de Esmeralda?
Curro se descompone. Lorenzo ha cruzado una línea peligrosa. Y si Lorenzo está implicado, significa que el enemigo ya está dentro de La Promesa.
Al mismo tiempo, Leocadia, con su calma venenosa, sigue su ascenso silencioso. Ha convencido a Alonso, cada vez más débil, para contratar como nuevo mayordomo a Cristóbal, su leal y oscuro servidor. Su fachada es impecable, su manipulación brillante. E incluso se permite un gesto teatral: le regala un coche al marqués. ¿Con qué fin? ¿Para cubrir su lealtad… o para comprar su silencio?
Este miércoles, el capítulo 636 será un punto de quiebre total. Entre la enfermedad de Rafaela, la amenaza de Lorenzo, la desesperación de Catalina, y el avance de Leocadia, La Promesa se convierte en una olla de presión a punto de estallar.