“¿Quién es mi verdadero padre?”
Con esa pregunta, afilada como un cuchillo, Ángela se enfrenta a la mujer que le dio la vida… y quizá también la destruyó. Lo que comenzó como una reacción a una fiesta desafortunada, se transforma en una crisis existencial que sacude los cimientos de La Promesa.
Desde su llegada, Ángela ha sido discreta, obediente, casi invisible. Pero la herida que lleva dentro es demasiado profunda: su madre, Leocadia, ha guardado silencio durante años sobre el nombre de su verdadero padre. Ese silencio es ahora insoportable. Ángela ya no puede más. No se irá sin saberlo… o eso pensaba.
Pero la presión no viene solo del pasado. El presente se ha vuelto insoportable. Don Facundo, el marqués de Andújar, se propasó con ella en la fiesta. Y como si no bastara, ahora le envía un regalo: bombones, una ofrenda disfrazada de cortesía que oculta una amenaza. Lorenzo, siempre en su rol de manipulador, presiona a Ángela para que no lo rechace y hasta la chantajea: si no cumple con ciertos compromisos, hablará con su madre. El miedo la atrapa. La dignidad la empuja a resistir.
Y en medio de esta tormenta, Petra escucha todo. El ama de llaves, que suele estar al tanto de todo lo que ocurre en la finca, ya conoce la verdad sobre la agresión de Facundo. ¿Guardará el secreto? ¿O será esta la llave que desencadene el desenlace?
Ángela, sin salida, sin aliados —ni siquiera Curro sabe lo que está a punto de suceder— toma una decisión drástica: se marcha. Ha elegido Zúrich como su destino, bajo la excusa de continuar sus estudios. Pero en realidad, es un grito de auxilio, un intento desesperado de escapar del entorno que la asfixia. Lo más doloroso: planea irse sin decirle una sola palabra a Curro, el único que la ha mirado sin juicio, con ternura. ¿Por qué lo hace? ¿Es el miedo… o una prueba de amor rota por dentro?
El silencio como despedida. La ausencia como venganza involuntaria. La marcha de Ángela no solo representa el fin de una historia apenas nacida con Curro, sino también la renuncia a una verdad que la atormenta. Y es ahí donde vuelve la gran pregunta: ¿por qué Leocadia no quiere revelar el nombre de su padre?
Durante mucho tiempo, se ha especulado con que el duque de Carvajal y Fuentes, Don Lisandro, podría ser el padre. Miradas, silencios, y una cercanía sospechosa entre él y Leocadia alimentaron la teoría. Pero ahora que Lisandro ha abandonado La Promesa, y sin una sola conversación íntima entre ellos que confirme la paternidad, la hipótesis se disuelve como niebla al sol.
Volvemos, entonces, al misterio original. ¿Quién es el padre de Ángela? ¿Un hombre poderoso, un escándalo oculto, o algo aún más turbio? El hecho de que Leocadia se niegue a hablar solo aumenta las sospechas. Sabemos que no es una madre cualquiera. Llegó a La Promesa con intenciones calculadas, enfrentándose incluso a Doña Cruz. ¿Y si el secreto que guarda fuera el motivo real de su cruzada?
Mientras tanto, el plan de Leocadia parece surtir efecto. Sabe que si su hija se agobia lo suficiente, querrá marcharse. Y esa marcha sería la solución perfecta para silenciar el pasado. Pero… ¿será tan fácil?
En el cierre de la semana, la escena que nos espera es tan desgarradora como injusta: Ángela haciendo las maletas en silencio, una lágrima cayendo por su mejilla, mientras Curro ignora por completo que está a punto de perderla. Ni una carta. Ni una palabra. Solo un vacío repentino. Una fuga que podría cambiarlo todo.
¿Será este el fin de su historia de amor? ¿O Curro logrará detenerla a tiempo? ¿Y qué papel jugará Petra en todo esto?
El adiós de Ángela podría ser la llave que abra el pasado… o el cierre definitivo de una historia que apenas comenzaba. ¿Tú qué harías? ¿Merece marcharse o quedarse y luchar por la verdad?