La tensión en La Promesa ha alcanzado cotas insospechadas, y los últimos acontecimientos apuntan a un solo destino para Alonso de Luján: la ruina emocional y familiar. La irrupción definitiva de Leocadia en el palacio no solo ha trastocado la armonía de la casa, sino que amenaza con destrozar todo lo que el marqués ha construido, incluyendo los lazos con sus hijos y su propio sentido de identidad. En medio de este caos, Catalina emerge como la única figura valiente que se atreve a plantar cara a la manipulación y la injusticia.

Todo comenzó cuando Catalina tomó una decisión firme en torno al despido de Petra. Aunque muchos consideraron su acto un tanto indiscreto, lo cierto es que lo hizo por el bienestar de La Promesa y con la intención de restablecer el orden entre el servicio. Petra, cuya relación con Leocadia iba más allá de la mera camaradería laboral, se había convertido en una espía infiltrada en el corazón del palacio. Sin embargo, Leocadia no tardó en reaccionar y presionar a Alonso, quien, una vez más, se mostró débil y manipulable.

El marqués, lejos de apoyar a Catalina —quien ha demostrado sobradamente su lealtad a la familia—, se alinea sin titubeos con la postiza. Esta actitud no solo deslegitima a Catalina, sino que también siembra la semilla del caos entre los que aún intentan proteger los valores originales del hogar. Catalina, firme pero dolida, deja claro que no se trata de buscar la aprobación de su padre ni de nadie más, sino de hacer lo correcto. Pero Alonso no lo ve así.

Leocadia, que se está convirtiendo en una versión aún más siniestra que doña Cruz, ha encontrado el modo perfecto de aferrarse al poder: el oído del marqués. Él, sin carácter y sin brújula, comienza a tomar decisiones injustas y dolorosas, especialmente contra su propio hijo Curro. Le exige que trabaje, que obedezca, que se someta… justo cuando el joven atraviesa uno de los momentos más difíciles de su vida, tras el suicidio de su madre adoptiva.

La escena en la que Rómulo acude al cuarto de Curro para obligarle a cumplir órdenes fue devastadora. Alonso, cegado por su necesidad de complacer a Leocadia, ha perdido toda sensibilidad hacia su propio hijo. Y no es solo Curro quien se está alejando. Manuel, que lleva tiempo cargando con el dolor de la pérdida de Jana, no ha dudado en recriminarle a su padre sus errores del pasado: su falta de amor, de respeto, de compromiso. Alonso empieza a cosechar lo que sembró: decepción, resentimiento, y una creciente soledad.

Y lo peor está por venir.

Leocadia ha comenzado a vigilar muy de cerca la relación entre su hija Ángela y Curro. La creciente cercanía entre ambos no le agrada en absoluto, y ya ha puesto en marcha su estrategia para separarlos. Primero intentará influir directamente en su hija, pero también moverá sus hilos para que Alonso intervenga y aleje a Curro de la joven. Una vez más, el marqués obedecerá, traicionando a su hijo por complacer a una mujer que solo busca su propio beneficio.

Mientras tanto, Catalina se mantiene firme. Ha sido ella quien ha tenido el coraje de decirle las cosas claras a Leocadia. Sin embargo, sabe que mientras Alonso continúe cediendo a las presiones de la postiza, el equilibrio de La Promesa está en juego. Lo peor es que la situación puede salirse de control por completo. Si Catalina, cansada del desprecio y de la injusticia, decide marcharse con su familia —su esposo Adriano y sus hijos—, el marqués se quedaría solo. Rodeado únicamente por arpías como Lorenzo de la Mata y la propia Leocadia.

¿Podría existir un destino más cruel para alguien que, en el fondo, solo deseaba paz? La respuesta es sí. Porque si Alonso no cambia radicalmente, no solo perderá a sus hijos y a Catalina, sino que se convertirá en prisionero de su propia debilidad. El fantasma de doña Cruz todavía planea sobre él, pero ahora tiene un rostro nuevo, más astuto, más dañino: el de Leocadia.

Y hay más. Existe el temor latente de que Cruz muera en prisión. Si eso sucede, Leocadia aprovechará la oportunidad para casarse con Alonso y ocupar oficialmente el lugar de marquesa de Luján. En ese momento, ya nadie podrá detenerla. Su reinado será absoluto y La Promesa dejará de ser lo que alguna vez fue: un refugio para los que amaban con sinceridad.

En medio de todo este drama, la programación de Televisión Española tampoco ayuda. Los cambios de horario confunden a los espectadores, como si no fuera suficiente con el cortocircuito emocional que provoca cada capítulo. Pero aun así, seguimos aquí. Porque La Promesa ya no es solo una historia de época, es un espejo de pasiones, errores y redenciones.

Y tú, ¿crees que Alonso podrá redimirse antes de perderlo todo? ¿Será Catalina capaz de salvar lo que queda de la familia Luján? ¿Podrá Curro perdonar a su padre o se romperá definitivamente ese lazo? Una cosa está clara: mientras Leocadia siga tejiendo su red de manipulación, el peligro es real. Y las consecuencias, irreversibles.

Sigue atento, porque esto no ha hecho más que empezar.