La Promesa tiembla, literalmente. Un simple frasco de cristal, tan inocente como mortal, desata una serie de eventos que amenazan con acabar no solo con vidas, sino también con las máscaras que aún se aferran a la mentira. Curro cae envenenado… y con él se desmorona el frágil muro que protegía la verdad sobre la trágica muerte de Jana. ¿Casualidad? ¿O un nuevo crimen?
Todo empieza en las cocinas, donde Lope, Pía y Curro encuentran un frasco que contiene algo más peligroso que cualquier cuchillo: cianuro. El silencio se vuelve denso, los corazones laten al compás del pánico. “¡No podemos esperar a la Guardia Civil!”, grita Curro entre la desesperación y la furia. Sabe que el sistema nunca protegió a Jana… y menos aún protegerá su memoria. El tiempo corre, y cada segundo podría acercarlos más al asesino o al próximo cadáver.
Mientras tanto, el salón del servicio se convierte en el escenario de una confesión devastadora. Samuel, el exsacerdote, se levanta durante la cena y confiesa lo impensable: Petra es inocente. Lo que lo alejó de la iglesia no fue una crisis de fe, sino un pecado más humano: el amor… por María. La revelación cae como un rayo. Petra, la eterna villana a ojos de todos, resulta ser solo una pieza más en un juego que nadie entiende del todo.
María, temblorosa pero decidida, lo había convencido horas antes en los jardines. “No puedo permitir que una inocente cargue con tu pecado”, le dijo. Y así, Samuel aceptó el precio de la verdad. Pero… ¿a qué costo? La alta sociedad y la Iglesia no perdonan fácilmente un escándalo así, y María podría pagar caro esa honestidad.
En otro rincón del palacio, la ambición viste de terciopelo. El duque de Lisandro regala a Adriano, el humilde campesino, nada menos que 200 hectáreas de las mejores tierras de la comarca. La caja que le entrega no contiene oro ni joyas, sino documentos que lo convierten en terrateniente de la noche a la mañana. Un gesto noble… o una jugada peligrosa. Catalina lo sabe: los favores de los poderosos casi siempre vienen con cadenas invisibles.
Pero donde más arde la llama es en el corazón vengativo de Leocadia. Viuda, madre herida y señora de mirada afilada, no tolera la cercanía creciente entre Ángela y Curro. Los observa con rabia silenciosa, contando cada sonrisa como una traición a la memoria de su hijo Jacobo. Esa noche, mientras Ángela cose una camisa de Curro con ternura, Leocadia toma una decisión escalofriante: destruirlos. Y no con palabras, sino con hechos. “Restauraré el honor de mi familia, aunque tenga que arrasar con la felicidad de todos”, murmura entre sombras.
A su vez, el marqués Alonso se convierte en investigador secreto. Sospecha, observa, y comienza a tirar de hilos que alguien se empeñó en ocultar. ¿Quién está detrás del veneno? ¿Quién miente, quién mata, quién ama en silencio?
La tensión alcanza su clímax cuando, en pleno comedor, todo estalla. La verdad se filtra como el veneno: poco a poco, pero imparable. El frasco no fue un accidente, el veneno tenía un objetivo. Y los culpables… están dentro de La Promesa. 😨
¿Será el principio del fin para Santos y Ana? ¿Se acabaron por fin sus intrigas, sus mentiras, sus máscaras? Nada es seguro. Solo una cosa queda clara: el juego ha cambiado. El amor, la venganza y la justicia ahora corren en paralelo, dispuestos a colisionar en el momento más inesperado.
En este capítulo inolvidable, La Promesa se convierte en una olla a presión. Cianuro, pasión, tierras, poder y secretos se entrelazan para llevarnos a un punto sin retorno. El palacio se divide entre los que ocultan… y los que ya no están dispuestos a callar.
¿Lograrán Curro, Pía y Manuel descubrir toda la verdad antes de que sea demasiado tarde? ¿O el próximo cadáver será el suyo?
La cuenta regresiva ha comenzado… y en La Promesa, el silencio mata.