En los pasillos del Palacio Luján se respira una tensión que corta el aire. Esta semana en La Promesa, la historia da un giro brutal cuando Adriano, hasta ahora atrapado en su papel de nuevo conde, comienza a sospechar que el hombre que lo juzga más severamente —Lisandro— no es quien aparenta ser… y lo que descubre podría cambiarlo todo.
Desde el primer instante, Adriano siente que la majestuosa fiesta organizada por Lisandro y Leocadia no es una simple celebración familiar, sino una vitrina donde él será exhibido, evaluado y probablemente humillado. El protocolo es estricto, las miradas más aún. El nuevo conde lucha por mantener la compostura, pero cada palabra de Lisandro lo hace tambalear.
Catalina, siempre a su lado, intenta prepararlo para esta jungla disfrazada de elegancia. “No se trata de saber usar los cubiertos”, le dice. “Se trata de sobrevivir entre serpientes con sonrisa de seda.” Pero ni siquiera ella puede anticipar el terremoto que está por desatarse.
Porque mientras Adriano se prepara para su noche más desafiante, un descubrimiento lo golpea como un rayo: encuentra una carta antigua escondida entre los libros de su difunto padre. Un documento olvidado que sugiere que Lisandro no es en realidad su hermano… ¡sino alguien muy distinto, con un pasado envuelto en engaños y traiciones familiares!
El papel arde en su mano, pero no puede ignorarlo. ¿Quién es realmente Lisandro? ¿Y qué busca en La Promesa?
Mientras tanto, López decide actuar contra el Duque de Carril, convencido de que sólo exponiendo al padre de Vera podrá liberarla de sus cadenas emocionales y de su pasado marcado por el abuso. Curro y Pía, aunque aterrados por las consecuencias, lo apoyan. La misión es peligrosa, pero necesaria.
En otro rincón del palacio, Manuel intenta escapar de su destino impuesto. Recibe una carta de Cruz, su madre, que no le trae consuelo, sino la clara intención de manipularlo: ella quiere que se comprometa con una mujer de su elección durante la fiesta. Él arde de rabia y la quema sin piedad.
Pero cuando se ausenta del evento, Alonso interviene. Padre e hijo se enfrentan, no con gritos, sino con silencios tensos y miradas llenas de significado. Manuel se debate entre el deber familiar y su derecho a elegir su propia vida.
A la par, Ángela sufre el acoso cada vez más agresivo de Lorenzo. Cuando la situación llega a un punto insostenible, Curro, como un rayo, la defiende públicamente, desafiando a su tío frente a todos. La confrontación no es solo física, es moral: un choque de dos mundos, de dos códigos.
La fiesta, aunque brillante por fuera, es un hervidero de tensiones internas. Pía recuerda a Esmeralda, desaparecida sin dejar rastro. Nadie parece interesado en buscarla… excepto ella y Curro, quienes comienzan a sospechar que hay una red de secretos aún más peligrosa de lo que imaginaban.
Rómulo, por su parte, recibe una petición inesperada de Alonso: una última misión antes de retirarse. Pero esa misión podría significar renunciar a su sueño de una vida tranquila junto al mar con Emilia. La decisión lo desgarra, pues La Promesa es su hogar, pero el precio por quedarse podría ser su felicidad.
Al final de la noche, mientras las luces de la fiesta se apagan, quedan encendidas las brasas de las revelaciones:
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Adriano descubre que su identidad familiar podría ser una mentira construida por Lisandro.
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Manuel rompe sus cadenas, dispuesto a desafiar a su madre y elegir su propio camino.
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López se convierte en cruzado de justicia, arriesgando todo por Vera.
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Ángela encuentra en Curro a un protector, pero también en Lorenzo a un enemigo implacable.
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Pía y Curro deciden que la desaparición de Esmeralda ya no puede ser ignorada.
Y en el centro de todo, Lisandro… ese hombre que sonríe mientras mueve los hilos. ¿Qué oculta realmente? ¿Y por qué tenía tanto interés en Adriano?
La Promesa no es solo un drama de época, es un campo de batalla emocional donde cada personaje se enfrenta a su destino. Esta semana, las máscaras caen, las alianzas cambian y la verdad —esa que tanto temían— empieza a salir a la luz… aunque lo haga con furia.
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