En el episodio 338 de Sueños de Libertad, una conversación aparentemente ligera entre Carmen, Claudia y Fina se transforma en un retrato profundamente humano del amor, los celos silenciosos y la importancia de sentirse vista en medio del caos cotidiano.

Todo comienza en un rincón acogedor de la casa cuando Carmen, con su eterna curiosidad maternal, le pregunta a Claudia cómo va ese proyecto de restaurar un mueble. Claudia, sonriendo con un brillo de satisfacción, cuenta que terminó de lijar y barnizar la vieja cómoda. Fina, sorprendida, recuerda el estado lamentable del mueble y bromea: “¡Eso estaba más para la hoguera que para restaurar!”. La risa compartida entre ellas dura poco: Claudia menciona que Chema la ayudó.

Ese detalle, insignificante para otros, pone una chispa en los ojos de Fina. “¿Chema? ¿Mi hermano? Pero si nunca ha agarrado una lija sin lijarse los dedos”. Carmen no pierde oportunidad para bromear: “Quizás no quería ayudar con la cómoda… quizás solo quería acercarse a Claudia”. Y es entonces cuando Fina lanza la frase que da título al episodio, mitad en burla, mitad con punzada real: “Yo a tu hermano no le he llamado gorfo, ¿eh? Solo he dicho que sabe cómo arrimarse a las chicas”. Es una risa con filo. Una broma que esconde una punzada emocional que poco a poco va emergiendo.

La conversación da un giro cuando Claudia, con emoción genuina, confiesa que normalmente no tiene paciencia para tareas manuales, pero que restaurar ese mueble tuvo un propósito especial: sería para los niños de la casa Kuna. “Quiero comprarles un móvil nuevo… pero cuesta un ojo de la cara”, suspira. Carmen le sugiere hacer uno a mano y Fina, sin dudarlo, se ofrece a ayudar. En ese momento, las tres se abrazan con la calidez de una amistad sincera.

Pero Fina no puede más y deja caer su alma. Mientras Claudia hablaba con tanta pasión por su labor con los niños, ella sintió una punzada en el pecho. “Yo no tengo eso”, dice. “Lo único que me llena es escuchar la radio con Marta… y ni eso hemos podido hacer últimamente”.

Lo que parecía una conversación de amigas se transforma en una confesión dolorosa. Fina se siente desplazada. Marta, la mujer con la que comparte su vida, ya no parece tener espacio para ella. Desde que se casó con Pelayo, todo ha cambiado. Ahora es la esposa del futuro gobernador civil de Toledo. Su tiempo está repartido entre actos oficiales, cenas, discursos… y Fina ha pasado a ser una sombra, una espectadora de su propio amor.

Carmen, intentando aliviar la tristeza, le recuerda que es normal al principio. “Cuando se asienten las cosas, volverá el equilibrio”, asegura. Pero Fina ya no se consuela con promesas. “Ahora que Pelayo podría ser gobernador, solo se alejará más”, murmura, con los ojos húmedos. Y concluye, con resignación en la voz: “Así que me quedaré sentadita… esperando mi turno”.

Es una frase cargada de dolor, una súplica silente. Fina no pide atención, no exige nada. Solo espera. Espera ser vista. Espera volver a ser parte de un “nosotras”.

Carmen y Claudia, lejos de minimizar su pena, se acercan. Le aseguran que no estará sola, que la acompañarán aunque sea bajo una manta, compartiendo el calor de la amistad y la radio.

Este episodio es una joya emocional. A través de bromas, anécdotas y confesiones íntimas, Sueños de Libertad nos recuerda que el verdadero amor no siempre está en los grandes gestos, sino en los pequeños espacios compartidos. Y que a veces, la herida más profunda no es la que se ve, sino la que se siente en el silencio.