¡Alerta de Spoiler! Gabriel Impresiona a Begoña, Pero la Mansión se Desgarra: ¡Peleas, Secretos y un Desastre Fatal en ‘Sueños de Libertad’! 

El sol del lunes 16 de junio se alza sobre Toledo, pero sus rayos apenas logran disipar las sombras que se ciernen sobre la finca de los De la Reina. La mañana nace preñada de tensiones, palabras no dichas y rencores que supuran como heridas mal curadas, un preludio del torbellino de emociones que está a punto de desatarse en el Capítulo 329 de ‘Sueños de Libertad’.

El Duelo entre Andrés y Raúl: Un Vínculo Roto y una Acusación Mortal

La primera onda de choque se origina en el corazón de la mansión. Andrés, con el rostro contraído en una máscara de furia y culpa, busca a Raúl. No es una búsqueda casual; es la caza de un hombre que necesita un culpable donde descargar la tormenta que se agita en su interior. Lo encuentra cerca de los jardines, supervisando la carga de suministros, ajeno a la tempestad que se le viene encima.

“¡Raúl!”, la voz de Andrés es un latigazo, cortante y fría. La relación entre ellos siempre ha sido un campo de minas, pero desde el accidente de María, cada mirada es una acusación latente. “Señorito Andrés, ¿necesita algo?”, pregunta Raúl, manteniendo una forzada compostura profesional.

Andrés acorta la distancia en tres zancadas furiosas, sus ojos dos ascuas ardientes. “¿Necesitar algo?”, repite con sarcasmo venenoso. “Necesito que me expliques qué clase de basura eres. ¡María me lo ha contado todo! Lo de su celos, la presión, el acoso. Tú provocaste esto. Tú la empujaste a ese estado de ansiedad que la llevó a caer por las escaleras”.

La acusación cae como una losa de granito. Raúl siente cómo la sangre abandona su rostro. Había temido muchas cosas, pero no aquella acusación directa, aquella deformación de una verdad que ya era dolorosa. “Eso no es cierto,” dice con la voz estrangulada, “¡Yo jamás! Yo la quería.”

“¿La querías?”, brama Andrés, perdiendo el último vestigio de control. “La querías tanto que la atormentabas. La querías tanto que ahora no puede volver a caminar. ¡Tu amor es una maldición, Raúl!” Las palabras de Andrés no buscan justicia; buscan herir, y dan en el blanco con precisión letal. El dolor en los ojos de Raúl se transforma en una ira sorda, la ira del injustamente acusado.

“Usted no sabe nada”, replica Raúl, dando un paso al frente. “Usted no sabe lo que había entre nosotros. ¿Cree que puede llegar aquí con su dinero y su apellido y entender algo de la vida real? ¡Del amor de verdad!”

“¿Amor de verdad?”, Andrés suelta una risa seca. “¿A eso le llamas amor? ¿A acorralar a una mujer hasta romperla?”

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“¡Yo no la acorralé!”, grita Raúl, la voz rota. “¡La amaba! ¿Y usted? ¿Qué ha hecho usted si no confundirla? ¡Apareció y lo destrozó todo! ¡Ella estaba bien conmigo!”

Esta es la gota que colma el vaso. Para Andrés, escuchar que María estaba “bien” con Raúl es una afrenta insoportable, una negación de la conexión profunda y prohibida que compartían. La rabia, alimentada por la culpa hacia María y el amor frustrado por Begoña, explota. En un movimiento ciego y violento, se abalanza sobre Raúl, agarrándolo por el cuello de la camisa y estampándolo contra la pared de piedra de la casona.

El golpe seco resuena en el patio. “Vas a retirar eso ahora mismo”, sisea Andrés, su rostro a centímetros del de Raúl, la mandíbula apretada hasta doler. “No tienes ni la más remota idea de lo que sientes. Eres un miserable y por tu culpa, María está postrada en una silla.”

Raúl, aunque sorprendido por la violencia, no se amilana. Sus manos se cierran sobre las muñecas de Andrés, intentando liberarse. La tensión es máxima. Dos hombres rotos por el amor a dos mujeres diferentes, atrapados en una red de mentiras y desgracias. El aire se llena del sonido de sus respiraciones agitadas, de la tela rasgándose, del odio palpable. Un puño está a punto de volar, una mandíbula a punto de romperse.

“¡Señoritos, por el amor de Dios, deténganse!” La voz de Manuela, el ama de llaves, es como un jarro de agua helada. Aparece de la nada, con los ojos abiertos de horror. Su presencia, la autoridad moral que emana, es suficiente para romper el hechizo de violencia. Andrés, con un último gruñido de frustración, suelta a Raúl y retrocede, pasándose una mano temblorosa por el pelo. Raúl se apoya en la pared, jadeando, con el corazón martilleándole en el pecho y el alma hecha pedazos. “Esto no ha terminado”, musita Andrés antes de darse la vuelta y marcharse con la misma furia con la que había llegado, dejando a Manuela y a un devastado Raúl en un silencio espeso y doloroso. Manuela se acerca a Raúl con pena: “Raúl, hijo, esto no puede seguir así. Esta casa se está envenenando”. Raúl solo mira el camino por el que Andrés se ha perdido, con una mezcla de odio y desesperación.

María Libera a Raúl: Una Cruel Misericordia

La onda expansiva del enfrentamiento no tarda en llegar a María. Manuela, con el corazón encogido, sube a su habitación y la encuentra junto a la ventana, mirando el jardín con una expresión vacía. La silla de ruedas es una presencia nueva y terrible, un símbolo de todo lo perdido.

“Señorita María”, comienza Manuela con delicadeza. María gira la cabeza: “¿Qué ocurre, Manuela? ¿Tienes cara de funeral?” Manuela suspira y le cuenta, con palabras cuidadosamente elegidas, el violento altercado entre Andrés y Raúl. No omite la acusación de Andrés ni la desesperación de Raúl. Mientras habla, el rostro de María pasa de la apatía a una angustia visible.

Avance 'Sueños de Libertad', capítulo del lunes 16 de junio: El final de  Andrés y Begoña y el secreto de Gabriel

“No”, susurra. “No puede ser. Andrés no puede pensar eso. Y Raúl, ¡Dios mío, Raúl! Las cosas se han salido de control, señorita. El dolor está haciendo que todos cometan locuras.” María cierra los ojos y una lágrima solitaria se desliza por su mejilla. La culpa que siente es un monstruo de mil cabezas: culpa por su caída, por el dolor de Andrés, por haberle dado falsas esperanzas a Raúl. Sabe que hay una cosa, al menos una, que debe hacer para detener la sangría. “Manuela, por favor, dile a Raúl que necesito hablar con él. Aquí, ahora.”

Raúl acude a la llamada con el alma en vilo. Entra en la habitación y la ve tan frágil en esa silla, y el corazón se le parte en mil pedazos más. El rencor hacia Andrés se evapora, dejando solo un dolor puro y abrumador. “María”, su voz es apenas un susurro.

“Raúl, siéntate”, le indica una silla. Él obedece, sintiéndose torpe y fuera de lugar. “Manuela me ha contado lo que ha pasado con Andrés. Él cree que tú…”. Raúl baja la mirada. “Lo sé. Y está equivocado.” María lo mira directamente a los ojos con una fuerza que no creía poseer. “Quiero que sepas que nada de esto es tu culpa. El accidente fue un accidente. Fui yo, mi estado, mi distracción. No, tú. Andrés está ciego por el dolor y la culpa, pero no tiene razón.” Las palabras de María son un bálsamo, pero un bálsamo que llega demasiado tarde para curar la herida de fondo.

“Pero te presioné,” admite Raúl con la voz rota. “Te agobié. Quería recuperarte a toda costa y no me di cuenta de que te estaba haciendo daño. Perdóname, María.”

“No hay nada que perdonar, Raúl.” María toma aire, preparándose para el golpe final, el acto de piedad más cruel que jamás ha cometido. “Pero precisamente por eso, por todo lo que ha pasado y por cómo estamos, tenemos que terminar esto… para siempre.”

Raúl la mira incrédulo. “¿Terminar? Pero no acabas de decir… acabo de decir que no eres culpable del accidente.”

“Pero nuestra relación no puede ser. No te quiero de esa manera, Raúl. Quizás nunca lo hice de verdad. Y seguir alimentando esto solo nos traerá más dolor a los dos. Sobre todo a ti. Te mereces a alguien que te ame sin dudas, sin sombras. Y esa persona no soy yo.” Cada palabra es un clavo en el ataúd de sus esperanzas. Raúl la escucha, pero su mente se niega a procesar el significado. El “definitivamente” resuena en el silencio de la habitación como una sentencia de muerte. Había perdido, lo había perdido todo. Se levanta con los movimientos de un autómata. “Entiendo”, dice, aunque no entiende nada, solo siente un vacío inmenso donde antes había un corazón. “Espero que… que te recuperes, María.” Sale de la habitación sin mirar atrás, porque si lo hiciera, se derrumbaría allí mismo. María se queda sola, escuchando sus pasos alejarse por el pasillo, y llora. Llora por Raúl, llora por ella y llora por el futuro que se ha desvanecido. Ha cortado un lazo, pero la soga alrededor de su propio cuello parece apretarse cada vez más.

El Desastre de Cristina en el Laboratorio: Un Perfume Arruinado

Mientras tanto, en el corazón creativo de la empresa, el laboratorio, otro drama, aunque de naturaleza distinta, está a punto de estallar. Luis de la Reina, el perfumista, vive y respira por sus creaciones. El nuevo encargo para el prestigioso diseñador Cobeaga no es solo un contrato; es su oportunidad de consolidar el nombre de Perfumerías de la Reina en la cima de la industria. Está obsesionado con la perfección.

A su lado, Cristina, la recién llegada, la hija secreta de Irene, se mueve con una mezcla de fascinación y nerviosismo. El mundo de las esencias es nuevo para ella, un universo de posibilidades embriagadoras. Observa a Luis con admiración; su pasión es contagiosa. Esa mañana, Luis ha estado trabajando en una mezcla base, una combinación compleja y delicada que será el alma del perfume de Cobeaga. “La clave está en el equilibrio, Cristina”, le explica, sosteniendo una pipeta con la precisión de un cirujano. “Demasiado jazmín y opacamos la bergamota. Un toque de más en el ámbar y perdemos la frescura. Es una danza.”

Poco después, Luis es llamado a una reunión urgente en el despacho de su padre, Damián. “No toques absolutamente nada”, le advierte a Cristina con una seriedad que no admite réplica. “Solo observa las notas que he dejado. Ni se te ocurra acercarte a la mezcla.” Cristina asiente, sintiendo el peso de la responsabilidad.

Pero una vez sola, el silencio del laboratorio parece amplificar su curiosidad. Se acerca a la mesa de trabajo, contemplando el líquido dorado en el matraz. A su lado, en una bandeja, hay varios frascos con colorantes experimentales. Uno de ellos, de un vibrante color verde esmeralda, capta su atención. En su mente inexperta, una idea audaz y terrible comienza a tomar forma. El perfume es para un diseñador moderno, atrevido. ¿Y si el color del líquido reflejara esa audacia? Un perfume de un color inesperado sería revolucionario. Piensa en las creaciones de sus competidores, siempre en tonos ambarinos o rosados. Esto sería diferente.

Sin medir las consecuencias, sin entender la química volátil de la perfumería, toma el frasco del tinte verde. “Solo una gota”, se dice a sí misma, “solo para ver cómo queda”. Con mano temblorosa, deja caer una única gota en la mezcla dorada. El efecto es instantáneo y desastroso. El verde no se mezcla de forma homogénea; reacciona con los aceites esenciales, creando una sustancia turbia de un color enfermizo y liberando un olor agrio que anula por completo la delicada fragancia. Cristina ahoga un grito de horror. Ha arruinado la creación.

En ese preciso instante, la puerta se abre y entra Luis. Su rostro, inicialmente tranquilo, se transforma al instante. Olfatea el aire y sus ojos se clavan en el matraz. El grito que profiere es primal, un alarido de artista al que le han mutilado su obra maestra. “¿Qué has hecho?”, grita a una Cristina paralizada por el terror.


¿Cómo enfrentará Luis este desastre? ¿Y qué impacto tendrán las decisiones fatales de María y las manipulaciones de Andrés y Raúl en el futuro de la mansión De la Reina? ¡No te pierdas los próximos capítulos de ‘Sueños de Libertad’!

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