El amanecer del lunes 9 de junio llega cargado de presagios en Sueños de libertad. La tragedia ha golpeado con fuerza a la familia De la Reina y a todos los que orbitan su universo. María yace en una cama de hospital, y su alma, rota por el dolor, comienza a encender una llama que amenaza con consumirlo todo: la venganza. Mientras tanto, Andrés, atormentado por la culpa, toma una decisión que puede cambiar el destino de todos… está decidido a entregarse a la policía.
En la finca De la Reina, la atmósfera es irrespirable. Una nube densa de tristeza se cierne sobre todos. El accidente de María no ha sido solo un hecho trágico; ha sido un terremoto emocional que ha dejado grietas por todas partes. Nadie puede hablar de otra cosa. Nadie puede mirar al otro sin el reflejo del dolor en los ojos. La culpa no da tregua, y uno de los más afectados es Andrés.
Desde que María cayó por las escaleras, Andrés no ha conocido la paz. La discusión que ambos mantuvieron sigue repitiéndose en su cabeza como una cinta que no se detiene. Recuerda cada palabra, cada gesto, cada segundo antes de que todo se precipitara hacia el horror. Aunque nadie le ha acusado directamente, él sabe lo que hizo, o al menos lo que permitió que sucediera en un instante de furia. Y eso lo consume.
En el hospital, el cuadro es desolador. María ha sobrevivido, pero ha perdido al bebé que esperaba. La joven, antaño llena de ilusión y energía, se ha transformado. Su cuerpo herido es solo un reflejo de su alma desgarrada. Cuando Manuela acude a visitarla, lo que encuentra es una mujer fría, con una mirada vacía y helada, que ya no cree en la fe ni en las palabras de consuelo. “Las flores son para los vivos o para los muertos. Yo ya no soy ni lo uno ni lo otro”, le dice a Manuela con una voz cargada de desesperanza.
Pero lo más perturbador no es su estado físico o emocional… es su determinación. María ha dejado de creer en la justicia divina. Ahora solo cree en una cosa: la venganza. “Alguien me hizo esto. Y ese alguien va a pagar”, declara con una dureza que hiela la sangre. Y tiene un nombre en mente: Andrés de la Reina.
Para María, lo ocurrido no fue un accidente. Fue una consecuencia directa de la furia de Andrés. Su caída, la pérdida de su hijo… todo tiene un culpable claro en su mente. Y jura por lo más sagrado que lo hará pagar. Sus palabras son más que una amenaza: son una sentencia.
Manuela, profundamente preocupada, intenta apelar a la cordura de la joven. Le suplica que piense en las consecuencias, en lo que puede suponer una acusación así. Pero María está decidida. Nada la detendrá en su camino de justicia o venganza. El apellido De la Reina solo le inspira odio, y siente que ha llegado el momento de que ese linaje empiece a pagar por todo el sufrimiento que ha sembrado.
Mientras tanto, en la colonia obrera, Raúl se sume en una espiral de autodestrucción. El dolor lo ha devastado. Su separación de María ya lo había dejado en ruinas, pero ahora, al saber que ha perdido al hijo que esperaban, se desmorona por completo. Manuela va a buscarlo con la esperanza de sostenerlo, pero sus palabras solo agravan el dolor: “María ha perdido al bebé”, le dice con voz quebrada.
Raúl reacciona como un hombre que lo ha perdido todo. El suelo parece desaparecer bajo sus pies. Se encierra en su desesperación, golpeado por la culpa, la tristeza y la impotencia. “Era mi hijo… nuestro hijo”, repite como si el repetirlo pudiera cambiar la realidad.
Desesperado, se lanza hacia la puerta. Quiere ver a María, estar a su lado, pedirle perdón, intentar salvar lo poco que queda. Pero Manuela se interpone. “Ya no es tu mujer, Raúl, y no quiere verte”, le dice con una frialdad necesaria. María está llena de rabia, y su presencia solo podría empeorar las cosas. La herida aún está abierta, y la venganza ha comenzado a tomar forma en su mente.
Y mientras tanto, en la casa De la Reina, Andrés se enfrenta a sus demonios. La mirada de Begoña, el dolor silencioso de su madre, y sobre todo, el recuerdo de María cayendo por las escaleras, lo atormentan sin cesar. No puede dormir, no puede comer, no puede hablar sin que la culpa le quiebre la voz. No puede seguir adelante como si nada hubiera ocurrido.
Sabe lo que tiene que hacer.
En un gesto desesperado, Andrés empieza a redactar una confesión. Sus manos tiemblan mientras escribe. No quiere que nadie más pague por lo que él ha causado. No quiere seguir ocultando una verdad que lo consume. Tiene claro que la única forma de redimirse es enfrentando la justicia. “Tengo que entregarme”, murmura para sí mismo, con la mirada fija en la nada.
El capítulo 324 de Sueños de libertad promete ser uno de los más impactantes de la serie. La caída de María ha desencadenado una cadena de decisiones irreversibles. La venganza ha tomado el lugar del amor, la culpa ha reemplazado la esperanza y la justicia… ahora parece una palabra vacía.
¿Se entregará Andrés a la policía como planea? ¿María lo denunciará? ¿Será Raúl capaz de soportar tanto dolor? ¿O la tragedia solo ha comenzado y aún queda más por caer? La guerra está a punto de comenzar en Toledo… y nadie saldrá indemne.