En la finca de los Luján, el ambiente se carga de una tensión que se palpa en cada rincón, una tensión que ya no se oculta tras palabras amables ni gestos comedidos. En este nuevo capítulo de La Promesa, seremos testigos del estallido de una guerra que hasta ahora se libraba en silencio, pero que comienza a mostrar sus armas de forma frontal y despiadada. La protagonista indiscutible de esta contienda es Catalina, que finalmente se atreve a poner en palabras aquello que lleva tiempo intuyendo: Leocadia no es una simple huésped. Es una amenaza. Y no una cualquiera, sino una que se mueve con sigilo, con astucia y con una ambición que no conoce límites.

Todo comienza con un gesto aparentemente menor: el despido de Petra. Catalina y Martina, convencidas de que la antigua ama de llaves fue una de las principales responsables del deterioro mental de Eugenia, deciden prescindir de sus servicios. Para ellas, es un acto de justicia. Pero lo que ignoran es que esta decisión desatará una tormenta de consecuencias impredecibles. Leocadia, al enterarse, convoca a ambas en el gran salón. El tono de su voz no admite réplica. Ya no es la enfermera solícita. Es una mujer que se comporta como si fuera la señora de la casa. Vestida de luto riguroso, más armadura que señal de duelo, Leocadia deja claro que ha tomado una posición de poder… y no piensa cederla.

La conversación se transforma rápidamente en una confrontación abierta. Catalina no se deja intimidar. Asegura que Petra fue una influencia tóxica para Eugenia y que su marcha era necesaria. Pero Leocadia no se amilana. La acusa de actuar por impulso, de sembrar el caos entre el personal y de socavar su autoridad. “¿Qué imagen damos al resto del servicio?” pregunta con falsa preocupación, mientras lanza una mirada helada que parece perforar las defensas de sus interlocutoras. Catalina intenta mantenerse firme, pero Leocadia tiene una ventaja que nadie esperaba: Alonso.

Desesperada, Catalina acude a su padre en busca de respaldo. Cree que el marqués de Luján entenderá su postura, que pondrá límites a una mujer que cada día se adueña más de la finca y de sus dinámicas. Pero la realidad la golpea como un puñetazo en el estómago. Alonso, abatido por la muerte de Cruz y sumido en su propio agotamiento, no solo no defiende a su hija… sino que respalda con firmeza a Leocadia. “Su criterio es mi criterio. Su autoridad es mi autoridad”, sentencia con dureza. Y con esas palabras, le entrega simbólicamente el control de la Promesa a la recién llegada.

El rostro de Catalina se congela. No solo ha perdido la batalla. Ha perdido al único aliado que creía tener. La herida no es solo por la traición paterna, sino por la forma en la que Alonso minimiza sus razones, desprecia su dolor y la obliga a doblegarse ante una intrusa que ha sabido jugar sus cartas con maestría. A su lado, Martina, derrotada, baja la mirada. La guerra ha comenzado. Y Leocadia ha dado el primer golpe con precisión quirúrgica.

Pero no es este el único foco de drama en la finca. Ricardo encuentra una pulsera de esmeraldas que podría desenterrar un secreto largamente oculto. ¿A quién pertenecía? ¿Qué conexión tiene con los hilos invisibles que mueven los destinos de los personajes? Esa joya muda parece observarlo todo, como testigo de un pasado que amenaza con resurgir en el peor momento.

Curro, por su parte, intenta retomar sus responsabilidades en la Promesa. Pero el dolor por la muerte de su madre lo acompaña como una sombra silenciosa. Su tristeza es tan profunda que incluso caminar por los mismos pasillos se le hace cuesta arriba. Mientras tanto, Manuel trata de convencer a Toño de dar un paso hacia la reconciliación familiar, sin saber si sus palabras podrán traspasar el muro de resentimiento que lo separa de los suyos.

En cada rincón de la Promesa, se respira un aire enrarecido. Secretos, disputas de poder, verdades incómodas que empiezan a salir a la superficie. La finca ya no es un refugio. Es un campo de batalla donde los lazos familiares se tensan hasta el límite y donde cada decisión puede tener consecuencias irreversibles.

Catalina siente el frío de una nueva realidad. Ya no es solo una cuestión de diferencias. Lo que ha comenzado es una guerra silenciosa, donde las armas no son espadas ni pistolas, sino palabras, influencias y decisiones aparentemente insignificantes. Y en esa guerra, Leocadia se revela como una enemiga formidable, dispuesta a todo con tal de aferrarse al poder que ha comenzado a conquistar.

¿Podrá Catalina recuperar el control antes de que sea demasiado tarde? ¿Y qué papel jugará la esmeralda hallada por Ricardo en el desarrollo de esta nueva etapa? La Promesa se tambalea, y el futuro de todos los que habitan en ella depende de una batalla que no se libra a gritos… sino en susurros cargados de veneno.

La guerra ha comenzado. Y no habrá tregua.