El próximo capítulo de La Promesa dará un vuelco tan inesperado como inquietante, poniendo a Manuel frente a una verdad que jamás imaginó: Leocadia, la mujer que parecía su salvadora, esconde intenciones tan turbias como peligrosas. Y todo comenzará con un simple detalle, oculto en los billetes que ella le entregó con una sonrisa.
Tras semanas de frustraciones, obstáculos técnicos y falta de recursos, Manuel estaba al borde de abandonar su sueño de reconstruir la aeronave que siempre representó su libertad. Justo en ese momento de desesperación, Leocadia apareció como una especie de ángel benefactor, ofreciéndole una generosa suma de dinero. Para Manuel, fue un gesto desinteresado y noble. Agradecido, fue al invernadero a buscarla y, con los ojos brillantes de emoción, le confesó que gracias a ella su sueño volvía a estar vivo. Leocadia, con una sonrisa medida y una voz cargada de falsa humildad, le aseguró que simplemente había hecho lo que cualquier persona de buen corazón haría por un joven tan talentoso como él.
Inspirado por esas palabras, Manuel se sumergió de lleno en su proyecto. El viejo granero se transformó de nuevo en un improvisado hangar. Toño, su fiel ayudante, volvió a su lado, al igual que Curro, quien, aunque desconfiaba de Leocadia, ofreció su ayuda técnica sin reservas. El motor rugió por primera vez en meses, y el joven marqués no pudo evitar gritar de alegría: “¡Ese es el sonido de la libertad!”
Pero mientras Manuel se dejaba llevar por la euforia del progreso, Leocadia lo observaba desde la ventana del piso superior, satisfecha. Su plan marchaba a la perfección: cuanto más dependiera Manuel de ella, más fácil sería manipularlo.
Sin embargo, en La Promesa, los secretos no tardan en salir a la luz. Y una simple frase de Toño, lanzada con descuido, fue suficiente para que algo se rompiera en la mente de Manuel.
“Leocadia sí que está metiendo dinero en esto, ¿eh?”, comentó el joven mientras se limpiaba las manos. “Nunca la vi interesada en nada que no fueran los salones del palacio.”
Ese comentario, aparentemente banal, sembró una semilla de duda. Manuel se quedó en silencio, con la llave en la mano, sintiendo por primera vez que algo no encajaba. ¿Por qué alguien como Leocadia, siempre distante, de repente estaba tan interesada en su proyecto?
A medida que Toño iba hilando palabras llenas de sentido común —“Aquí nadie da nada gratis, patrón, y menos alguien que sonríe tanto”—, los recuerdos comenzaron a agolparse en la mente de Manuel: las preguntas extrañas de Leocadia, sus conversaciones veladas sobre Catalina y Alonso, las miradas cómplices con Lorenzo… Todo lo que antes parecía inofensivo, ahora tenía un sabor amargo.
Movido por la intuición, Manuel decidió investigar. Y al revisar el dinero que Leocadia le había dado, notó un detalle que hasta entonces le había pasado desapercibido. Los billetes, aparentemente normales, contenían marcas que solo un ojo entrenado podría identificar. Alarmado, llamó a Burdina, quien tras analizarlos, no tuvo dudas: ese dinero estaba relacionado con una red de actividades ilegales. Leocadia no era una simple dama generosa. Era una criminal.
El descubrimiento sacudirá los cimientos de La Promesa. Manuel, que hasta ahora veía en Leocadia una aliada, se dará cuenta de que ha sido una pieza más en un juego mucho más grande. Su proyecto de aviación, su ilusión de volar de nuevo… todo podría haber sido parte de una estrategia maquiavélica para infiltrarse en la familia marquesal.
Con el corazón golpeado, pero la mente más clara que nunca, Manuel tomará una decisión: no dejará que Leocadia siga manipulándolo. Si está tramando algo, la desenmascarará. Porque ahora, lo que está en juego no es solo su avión, sino la seguridad de su familia y su propio futuro.
Mientras tanto, en un rincón privado del palacio, Leocadia celebrará en silencio. Con una copa de licor en la mano y la compañía de Lorenzo, comentará con ironía la emoción infantil de Manuel. “Parece un niño con un juguete nuevo”, dirá con una sonrisa envenenada. Y Lorenzo, con sarcasmo, responderá: “De verdad cree que va a volar con esa caja con alas…”
Pero lo que ninguno de los dos sospecha es que su tiempo se está acabando. Manuel ya no es el joven ingenuo de antes. Ahora, armado con la verdad y con la mirada puesta en proteger lo que ama, está listo para enfrentarlos. El cielo de La Promesa puede estar a punto de nublarse… y una tormenta se avecina.