«Ahora te toca a ti elegir tu camino.»
Esa frase, salida con calma de los labios de Luz, resonó en Begoña como una sacudida. No fue una orden, ni un juicio. Fue un espejo. Un recordatorio de que la libertad no es solo externa, sino también interna. Y que, a veces, el enemigo más duro de enfrentar… es la culpa.
Begoña no estaba molesta. Estaba cansada. Su alma, desgastada por tantas emociones no resueltas, necesitaba un respiro. Al confesarle a Luz que Andrés se había acercado con buenas intenciones, con un gesto amable de reconciliación, lo que emergió en ella no fue alivio, sino una angustia aún más profunda. Porque ese gesto, en lugar de cerrar una herida, abrió otra más oculta.
Luz, siempre perceptiva, captó la contradicción. No se trataba del rechazo a una invitación o del pasado con Andrés. Se trataba de lo que ahora latía en silencio: un nuevo sentimiento que se abría paso, lento pero firme. Begoña estaba empezando a sentir algo por Gabriel. Una conexión inesperada, limpia, serena. Y eso la descolocaba.
Porque en su mente, amar de nuevo era como fallarle a un recuerdo. Como profanar una historia ya vivida. Aunque sabía que Andrés ya no era parte de su presente, una parte de ella se resistía a soltar completamente lo que fue. Sentía como si su corazón estuviera dividido entre la memoria y la esperanza.
Luz no la dejó caer en ese abismo emocional. Con la sabiduría de quien ha aprendido a golpe de vida, le habló con ternura, pero sin filtros. Le recordó que no tenía que rendir cuentas a nadie, que era libre de rehacer su historia. Que Andrés tomó sus decisiones, y que ella tenía derecho a tomar las suyas. Que no era traición, era renacimiento.
Pero las emociones no siempre obedecen a la lógica. Begoña lo sabía. Podía entender con la cabeza lo que le costaba aceptar con el corazón. La culpa no es racional. Es un eco del pasado, una voz que repite lo que fuimos, no lo que somos.
Luz le ofreció entonces una estrategia distinta: por una vez, no escuche al corazón. Míralo todo desde afuera, como si fuera la historia de otra persona. ¿Qué elegirías si no sintieras miedo ni culpa? ¿Qué harías si lo único que importara fuera tu bienestar?
Y en ese instante, algo dentro de Begoña empezó a moverse. No como una decisión repentina, sino como una brisa suave que anuncia el cambio. Entendió que no necesitaba pedir perdón por volver a sonreír. Que no debía cargar con culpas heredadas, ni con fidelidades a recuerdos que ya no la abrazaban.
La frase final de Luz fue simple, pero devastadora en su verdad: «Ahora te toca a ti elegir tu camino».
Y quizás por primera vez en mucho tiempo, Begoña se sintió lista. No del todo segura. No sin dudas. Pero sí lista para caminar hacia lo nuevo, hacia lo que la haga bien. Porque en Sueños de libertad, el verdadero viaje no siempre es el que se hace con los pies… sino con el alma.
¿Tú también cargarías con el pasado por miedo a ser feliz de nuevo?