“Sal de ahí”, susurró Lorenzo con una calma que helaba la sangre. “Sé que hay alguien.”
La noche del 25 de julio no fue una noche cualquiera en La Promesa. Fue una noche de revelaciones, de valentía pura y de justicia largamente esperada. En medio del silencio tenso de la finca, Angela, impulsada por un instinto feroz y el dolor del recuerdo de Hann, se adentró en el corazón mismo de la oscuridad: la oficina del temido capitán Lorenzo.
Guiada solo por una vela y las pistas en un libro contable repleto de fechas y cifras sospechosas, Angela halló una caja fuerte oculta tras un cuadro. Lo que encontró dentro no fue oro ni armas, sino algo mucho más peligroso: la verdad. Un fajo de cartas atadas con cinta roja y el breviario del desaparecido padre Samuel, todavía con su cruz de plata. Comprendió de inmediato que el sacerdote no se había ido. Lo habían silenciado. Y el culpable tenía nombre.
Pero la verdad no iba a salir sin lucha. Lorenzo entró, copa en mano, con la tranquilidad de quien cree tenerlo todo bajo control. Angela, escondida entre las cortinas, no tenía escapatoria. Cuando finalmente se reveló, él amenazó con arruinarla si no entregaba las pruebas. Sin embargo, su respuesta fue clara, temblorosa, pero valiente: “Eres un monstruo y todos lo sabrán.”
Fue entonces cuando la historia cambió de rumbo. Curro irrumpió como una tormenta, dispuesto a todo por protegerla. El enfrentamiento fue brutal, la tensión electrizante. Pero no estaban solos. Mientras María y Petra rescataban al padre Samuel de una cabaña secreta en los límites de la finca, Enora, testigo de la escena desde la ventana rota, despertó a Manuel y a Ricardo.
La cocina de La Promesa se transformó en un campo de batalla. Muebles rotos, gritos, fuerza desatada. Pía, Toño, López, todos se unieron con lo que tenían: cucharones, sartenes, determinación. En ese instante, la Guardia Civil irrumpió. Con el testimonio del recién liberado Samuel y las pruebas en mano, Lorenzo fue finalmente arrestado.
Al amanecer, La Promesa respiró. Lágrimas, abrazos, miradas cargadas de todo lo que no pudo decirse antes. Pía consoló a Curro. Manuel sirvió a Angela un café que sabía a renacimiento. Hann, aunque ausente, estaba presente en cada rincón, como un eco eterno de lo que fue y de lo que jamás debió haber sucedido.
Esta no fue solo la caída de un villano. Fue el despertar de un hogar que aprendió a unirse. Que eligió no callar. Que transformó el miedo en fuerza.
Y ahora que Lorenzo ya no puede esconderse detrás de su uniforme, ¿qué nuevos secretos revelará el amanecer para quienes sobrevivieron a la noche más larga?