El aire en los laboratorios de Perfumerías de la Reina se volvía cada vez más denso, y no era solo por la fragancia de Alma de Toledo, la cual se convertía en un desastre absoluto. El aroma que llenaba el aire no era el de éxito, sino un recordatorio de la catástrofe que se estaba cocinando dentro de las paredes de la empresa. Luis Merino, el perfumista maestro, estaba al borde del colapso. La hoja de producción que sostenía en sus manos temblaba, como si reflejara el furor y la desilusión que sentía al ver cómo el legado que tanto le costó construir se venía abajo por un error en la fórmula.
Un pequeño desliz en la transcripción de los ingredientes había desatado un caos monumental. 100,000 frascos de un perfume que, en lugar de evocar lujo y distinción, ahora desprendía un olor a fracaso y fracaso. Luis no podía creer que esto estuviera ocurriendo bajo su mirada.
A su lado, Cristina, la encargada de la transcripción, se encontraba limpiando las pipetas de cristal con una concentración casi admirable. Pero en ese momento, esa misma concentración solo parecía una burla para Luis. Cuando se enfrentó a ella, la furia en su voz no dejó espacio para excusas. Lo que había comenzado como una pequeña equivocación —un número mal transcrito— se transformó en un error catastrófico que amenazaba con derrumbar no solo su carrera, sino el futuro de toda la empresa.
Cristina, con el rostro pálido y las manos temblorosas, intentó disculparse, pero las palabras de Luis fueron implacables. El perfume había sido destruido, y con él, la reputación de todos los involucrados. Sin embargo, en su interior, una sombra de duda empezó a crecer. Si bien Cristina había cometido un error, ¿acaso Luis no era también responsable por no haber revisado a fondo cada detalle de la producción? La tensión entre ellos aumentaba, pero más allá de la furia y el dolor, había una desconcertante sensación de solidaridad. Luis, a pesar de su rabia, sentía que el fracaso de Cristina también era, en cierto modo, el suyo.
Pero lo que realmente sacudió a Cristina fue el giro inesperado durante la reunión de emergencia en la sala de juntas. Marta de la Reina, Andrés y Don Pedro, los principales directores de la empresa, ya estaban reunidos. En ese momento, todos esperaban que Cristina asumiera toda la culpa, pero, para su sorpresa, fue Luis quien se adelantó, tomando la responsabilidad del desastre. Sin embargo, el apoyo de Don Pedro a Cristina dejó a todos atónitos. ¿Por qué defenderla tan fuertemente? ¿Qué lo motivaba a protegerla, a pesar de todo lo que había sucedido?

El ambiente se tornó más tenso aún, cuando Andrés, Marta y otros miembros del consejo de dirección exigieron una respuesta clara y decisiva. El despido de Cristina parecía inminente. Sin embargo, Don Pedro abogó por una segunda oportunidad para ella, defendiendo su talento y su dedicación, pero también dejando claro que la situación era grave.
En medio del conflicto, Cristina se sintió más pequeña que nunca. Se encontraba atrapada entre las decisiones de los grandes, como un peón en un tablero de ajedrez donde las piezas de poder movían a su antojo. Pero la pregunta seguía latiendo en su mente: ¿por qué Luis y Don Pedro habían decidido defenderla, cuando en realidad era ella quien había cometido el error más grande de su carrera?
La solución no era sencilla, y la empresa se encontraba en un punto de inflexión. ¿Deberían abandonar todo y comenzar de nuevo, como sugería Don Pedro, o había alguna otra salida? El destino de Cristina pendía de un hilo, pero también lo hacía el futuro de Perfumerías de la Reina. Con la crisis aún sin resolverse, las palabras de Luis resonaban con fuerza: “Nos va a costar la reputación”. Pero, ¿era esto el fin de Cristina o el principio de un cambio radical en su vida?
¿Qué opinas de la decisión de Don Pedro? ¿Crees que Cristina merece una segunda oportunidad o es hora de asumir las consecuencias de sus actos?