«No va a sobrevivir», pensó Catalina, mientras sostenía el cuerpo ardiente de su hija Rafaela. En aquella habitación cargada de calor, miedo y desesperanza, todo parecía colapsar: la ciencia, la fe, y hasta los recuerdos felices. Las compresas frías ya no surtían efecto. La fiebre era una bestia que no daba tregua, y ni siquiera Simona ni Candela, con todo su saber ancestral, lograban detener su avance. Pero fue justo en esa desesperación cuando surgió un atisbo de esperanza: Leocadia, la mujer que todos creían enemiga, ofreció el coche que podría marcar la diferencia.

Adriano, con el corazón en la garganta, tomó el volante. Catalina lo acompañó, los dos dispuestos a todo por salvar a su hija. La noche andaluza, pesada y oscura, parecía cerrarse sobre ellos mientras recorrían los caminos polvorientos hacia la única clínica que podía ofrecer algo más que oraciones.

Pero lo que nadie esperaba era lo que ocurría en paralelo, en las entrañas de La Promesa. Lope, tras semanas desaparecido, volvió… y no lo hizo con buenas noticias. Su rostro, marcado por el miedo y el asco, apenas pudo sostener la mirada de Curro cuando confesó lo impensable: el Capitán de la Mata ha vuelto. Ese nombre que helaba la sangre, ese verdugo del pasado que casi destruyó a Yana y a Curro, no solo estaba vivo, sino que ahora conspiraba con el duque de Carril. Era una bomba, y Lope, con voz temblorosa, soltó la mecha.

Al mismo tiempo, en un rincón olvidado del despacho del marqués, Santos y Ricardo descubrieron algo aún más peligroso: un compartimento secreto con documentos capaces de derrumbar toda la nobleza. Nombres, fechas, crímenes tapados. La pregunta ya no era quién era culpable, sino quién iba a sobrevivir una vez que esa información saliera a la luz.

Y mientras los adultos luchaban en sus guerras silenciosas, María, la joven doncella, era atrapada en una tela de araña tejida por Petra. Con palabras dulces y promesas envenenadas, la manipuló hasta hacerle aceptar una misión suicida: usar el teléfono del marqués para hacer una llamada clandestina. Todo en nombre del amor… o de un plan mayor que ella aún no entiende.

En el taller, mientras el caos reinaba en el ala noble, Manuel observaba con creciente inquietud a Enora. Su calma, su precisión, su hermetismo… y la forma en que esquivaba las preguntas de Toño sobre un prometido que quizás nunca existió. ¿Quién es realmente Enora? ¿Y por qué su presencia empieza a hacer tambalear la frágil paz de Manuel?

Pero el gesto más inesperado fue el que cambió el rumbo de la noche: la niña Rafaela, contra todo pronóstico, abrió los ojos. Su fiebre cedió, su respiración se hizo más profunda. Catalina rompió en llanto. Leocadia, testigo muda de ese milagro, recibió un abrazo que jamás pensó merecer. Por un instante, fue redimida.

Sin embargo, la luz del amanecer no trajo paz. Bajo la superficie, los secretos seguían respirando. La nobleza aún no ha caído. El Capitán camina de nuevo. Petra no ha dicho su última palabra. Y los enemigos, lejos de extinguirse, están mutando en formas más sutiles, más letales.

¿Estamos presenciando el amanecer de una nueva era… o simplemente el silencio antes de una tormenta que lo arrasará todo?