““Curro, lo que voy a contarte lo cambiará todo.””
Con esa frase cargada de polvo, cansancio y urgencia, Lope reaparece en La Promesa, cruzando sus puertas cubierto de tierra, con el rostro surcado por la tensión, y un secreto que no solo reescribirá la historia reciente del palacio, sino que desenterrará las raíces más oscuras de su conspiración.
El palacio entero queda paralizado ante su presencia. Nadie lo esperaba. Nadie sabía que seguía vivo. Solo Teresa, con una cesta de ropa en brazos, alcanza a dejarlo todo caer al suelo cuando lo ve. María gira el cuello desde los tendederos y apenas logra susurrar: “Dios mío, ha vuelto.” Incluso Petra, con sus brazos cruzados y su eterna ceja alzada, se detiene. Pero Lope no saluda, no explica, no se detiene. Entra. Cruza. Respira como si cada segundo fuera una cuenta regresiva.
En un rincón apartado del granero, finalmente se encuentra con Curro. El joven lo esperaba todo, menos esto. Con lágrimas retenidas en los ojos y un nudo en la garganta, le suplica una explicación. Y Lope, todavía con el cuerpo estremecido por lo vivido en la casa del duque de Carril, le extiende una joya antigua, envuelta en una tela negra, oculta todo este tiempo. “Esto lo encontré con ella… con Hann.”
Curro no reconoce el objeto. A primera vista no parece más que una pieza de plata con una piedra azul. Pero Lope insiste: esa joya es la marca de los condenados. Solo hay tres en existencia, encargadas en secreto por alguien con acceso a la joyería Llop, justo antes del atentado. “Y una de ellas… una llegó a manos de Hann.”
Pero el momento de la verdad se ve interrumpido por una figura imponente: Petra, que entra al granero y desata la furia de la jerarquía. Con tono hiriente y desprecio a flor de piel, acusa a Lope de abandono, de deslealtad, de mendigar respeto. Lope apenas puede justificar su ausencia, y no tiene tiempo para defender la joya. Petra le informa que el nuevo mayordomo, Cristóbal Ballesteros, lo espera de inmediato.
En el salón de madera, Lope se encuentra con una presencia que hiela la sangre. Cristóbal no necesita alzar la voz para ejercer el poder. Con solo una mirada, desmonta cada mentira, cada excusa. Le revela que su supuesta abuela lleva años muerta. Que no hay telegramas ni enfermedades, solo evasivas. Y con un tono que no deja espacio a apelación, le ordena hacer las maletas y marcharse. Antes del anochecer.
Pero Lope no se rinde tan fácilmente. Mientras su maleta comienza a llenarse, su mente ya planea una última jugada: encontrar a Curro y pasarle el mensaje que puede cambiarlo todo. En los establos, escondido entre sombras, Lope le entrega de nuevo la joya y revela un nombre: Jacobo. “Cuando Jacobo se lo entregue a Martina, recordarás esto. Porque Jacobo y Leocadia están detrás de todo. El atentado a Hann. Las desapariciones. Las mentiras.”
Curro, paralizado, apenas puede contener la rabia y la culpa. Porque esa joya no solo es una prueba. Es un símbolo. Y también una elección.
¿Qué hará Curro ahora que conoce la verdad? ¿Permitirá que Lope se marche sin más? ¿O usará esa pieza brillante para iluminar los pasillos oscuros de La Promesa?
Porque esta vez, no hay marcha atrás.