“Te quiero.”
Dos palabras. Dos corazones que se resisten a separarse. Dos caminos que por ahora deben seguir en direcciones distintas.
En el episodio 352 de Sueños de Libertad, vivimos una de las escenas más conmovedoras y humanas de la serie: la despedida entre Fina y Marta. Una despedida no fría, no rota, sino profundamente amorosa, marcada por promesas sinceras, silencios que dicen más que mil palabras, y la esperanza de un futuro compartido.
La escena comienza con un aire contenido, casi en calma, pero cargado de significados. Fina y Marta se miran. Ya no es tiempo de reproches ni incertidumbres. Solo hay espacio para lo verdadero. Fina, con su dulzura habitual, rompe el hielo con una frase que lo cambia todo: “Ya ha llegado el día.” No hay dramatismo en su voz, solo una comprensión dolorosa, una aceptación de lo inevitable.
Marta no responde de inmediato. Sus ojos, húmedos, titubean. Su cuerpo está presente, pero su alma aún no ha hecho las maletas. Cuando por fin murmura un “Sí, llegó”, sus palabras parecen pesar más que el equipaje que llevará consigo. Fina, sin dejar que el dolor se apodere del momento, se acerca. Le toma la mano como si intentara anclarla a ese instante, a esa verdad compartida que es su amor.
Le dice que todo irá bien. Que no tiene que preocuparse. Y en esas palabras, Fina le ofrece algo más que consuelo: le ofrece certeza. Entonces Marta deja escapar lo que más duele: “Ojalá pudieras venir conmigo.” Es un susurro, pero en él cabe todo su miedo, su deseo, su anhelo de no tener que soltar lo que ama.
Fina no duda. Le promete lo que ninguna distancia podrá romper: “Cuando vuelvas, no me separaré de ti ni un solo momento.” No es una frase al azar. Es una declaración de intenciones. Le habla de criar juntas al bebé, de formar una familia, de vivir la vida que ambas merecen. No una vida a escondidas, no una vida de sacrificios dolorosos, sino una vida elegida, tejida con paciencia y amor.
Entonces llega el momento de partir. Marta se prepara para irse, y en el aire queda suspendido un silencio lleno de lo no dicho, de lo que no se atreven a pronunciar por miedo a quebrarse. Pero Fina no puede dejarla ir sin una última oportunidad de mirarla, de sentirla cerca.
La llama. Le entrega la colonia que Marta olvidó, sí, pero es solo una excusa para tener unos segundos más. Sus ojos se encuentran. Esos ojos que han compartido miedo, deseo, alegría y dolor. Y en ese instante, Fina lo dice todo con la frase más sencilla: “Te quiero.”
No hay necesidad de respuestas. No hacen falta grandes gestos ni discursos épicos. Marta se va. Fina se queda. Pero algo queda flotando entre ellas: una promesa silenciosa, un lazo que ni la distancia ni el tiempo podrán romper.
Fina no llora. Al menos no en ese momento. Pero se queda allí, quieta, con el corazón latiendo a mil, envuelta en una marea de emociones: amor, esperanza, soledad, fe. Porque a veces el amor verdadero no grita, no exige, no retiene. A veces, simplemente espera.
¿Será este adiós el principio de una nueva etapa o el preludio de una despedida definitiva?