“Tú decidirás cuándo y con quién la abres.”
Así concluye Damián, entregando una botella… ¿o una bomba de tiempo?
La tensión entre Luis y Damián alcanza un nuevo nivel en el capítulo 351 de Sueños de libertad. Pero esta vez, la guerra fría se disfraza de cortesía, y la desconfianza se disuelve entre copas… o eso pretende uno de ellos.
Todo comienza con una conversación que, a primera vista, podría parecer conciliadora. Damián, con un tono inesperadamente sereno, se presenta ante Luis no para atacar ni para manipular —al menos en apariencia—, sino para hacerle una oferta: una tregua y un proyecto compartido.
Luis, sin embargo, no es ingenuo. En cuanto escucha la palabra “apoyo”, su mente vuelve a los juegos de poder de su tío. “Tengo buena memoria,” le dice con tono seco. Y no es para menos. Años de maniobras, puñales en la espalda y alianzas efímeras le han enseñado que nada viene gratis cuando se trata de Damián.
Pero Damián insiste. Le habla de un plan ambicioso: rescatar “La banda del Rey”, una fragancia masculina descartada años atrás, y lanzarla como parte del 25 aniversario de Lavanda de la Reina, junto con otras tres que Luis tendrá libertad de elegir. La celebración, según él, no será un evento, sino una experiencia prolongada a lo largo del año. Un relanzamiento simbólico, casi nostálgico… y profundamente estratégico.
Luis escucha, pero no traga. Lo confronta directamente: “¿Por qué ahora? ¿Por qué permitir la discusión de ayer si hoy vienes a tenderme la mano?” El cambio de actitud de Damián huele, precisamente, a eso que siempre rodea sus acciones: estrategia encubierta.
Para calmar las aguas —o reforzar su narrativa—, Damián recurre a un símbolo: una botella de licor. La misma con la que, según él, brindó junto al padre de Luis cuando crearon “La banda de la Reina”. La historia está cargada de intención emocional. Es un anzuelo, una apelación al recuerdo, al legado familiar, a una lealtad que Damián sabe que ya no existe… pero que quiere recuperar, aunque sea por conveniencia.
“Algún día te ganarás el derecho a brindar con los Merino de nuevo,” dice con solemnidad. Pero Luis, firme, no cede del todo. Toma la botella, sí. Pero deja clara una condición que lo dice todo:
“Yo decidiré cuándo y con quién la abro.”
Es una respuesta cargada de significado. No es un “sí”. Es una pausa. Una advertencia. Una forma elegante de decir: “Todavía no confío en ti.”
La escena termina con Damián marchándose, dejando a Luis solo con la botella… y con mil sospechas. ¿Fue una reconciliación sincera o una jugada maestra de poder? ¿Puede Damián renunciar a su necesidad de control? ¿O este gesto es solo el inicio de otro movimiento calculado para ganar terreno?
Lo cierto es que, en esta partida de ajedrez emocional y empresarial, cada gesto es una jugada. Y la botella aún cerrada sobre la mesa es el recordatorio de que la próxima movida… aún está por decidirse.