“Si me quedo aquí, terminaré por odiarte por ser mi esperanza… y mi condena.”
Así lo dijo. Así lo decidió. Y Samuel solo pudo escuchar cómo su mundo se venía abajo.
En La Promesa, el amor nunca ha sido fácil, pero lo que une a María Fernández y Samuel ha desafiado toda lógica, toda fe, todo deber. Y, sin embargo, hay vínculos que ni siquiera el amor logra salvar.
La doncella más noble del palacio ya no puede más. Cada día transcurre como una copia del anterior: la plata que brilla con esfuerzo, las flores que nunca huelen a consuelo, los pasillos donde cada paso retumba como un recordatorio de todo lo perdido.
Yana, la amiga inseparable, sigue presente en los suspiros nocturnos de María. Su ausencia es un espectro que recorre los pasillos, más tangible que muchas presencias. Con ella, se fue la alegría. Lo que quedó fue Petra.
Petra Arcos ha hecho del tormento su arte. Su hostilidad ya no necesita gritos. Su dominio se expresa con sonrisas envenenadas, con órdenes medidas para quebrar el espíritu sin levantar sospechas. Sabe lo que ocurrió entre Samuel y María, lo usa como cuchilla, y disfruta viendo cómo cada palabra suya destroza poco a poco a la joven doncella.
La marcha de Rómulo y Emilia ha sido la última estocada. María los vio irse, valientes, de la mano, rumbo al mar. Ellos eligieron el amor, eligieron la libertad. ¿Y ella? Ella se quedó en una cárcel sin barrotes, una prisión erigida con recuerdos y decepciones.
Esa tarde, entre el olor de los lienzos y el susurro de las penas, Samuel la encuentra. Como siempre, parece verla más allá del uniforme. Como nunca, ella se permite romperse frente a él.
—No puedo más, Samuel. Me estoy apagando… —dice con lágrimas que ya no sabe ocultar.
Y es entonces cuando lo dice. Que se va. Que necesita huir. Que quedarse sería una traición contra sí misma.
Samuel, el sacerdote, el hombre, el enamorado, lucha por contener la oleada de desesperación. ¿Qué puede ofrecerle? ¿Qué consuelo puede dar cuando ni siquiera puede amarla libremente?
Ella ya lo ha decidido. Y sus palabras son un filo invisible que separa sus destinos:
—Tú tienes un compromiso con Dios. Y yo… necesito salvarme de este lugar.
Y mientras la penumbra de la lencería los envuelve como una mortaja de recuerdos compartidos, él solo logra articular una súplica débil:
—Permíteme saber que estás a salvo…
Y ella, rota pero firme, asiente.
Te lo prometo.
El corazón del capítulo late con esta despedida. Pero no es la única traición que se gesta entre los muros del palacio.
Toño, el ayudante ambicioso, ha tomado las ideas brillantes de Enora y las ha vestido como propias. Espera impresionar a Manuel, aún atrapado en la niebla de su duelo por Yana. Pero Manuel sospecha. Hay algo en los planos, en los datos, que no le encaja. El engaño de Toño puede estar a punto de explotar. Y cuando lo haga, podría arrastrar a todos consigo.
Lejos del palacio, López enfrenta su propia batalla. Infiltrado en la casa de los duques, es sometido a un interrogatorio brutal. Su vida y su misión penden de un hilo… hasta que una figura inesperada lo rescata. Amalia.
El episodio 629 es un punto de inflexión.
Una doncella se marcha.
Un amor se congela.
Una verdad amenaza con estallar.
Y en medio de todo, La Promesa se tambalea.
¿Es este el final de María y Samuel?
¿O el principio de una libertad que aún duele más que el encierro?