“Si abres la boca, nadie volverá a mirarte con respeto” — esas palabras envenenadas de Lorenzo retumbaron en la mente de Ángela como una maldición.
Después de la fiesta, nada volvió a ser igual. La joven, antes vivaz y curiosa, comenzó a marchitarse entre los pasillos de La Promesa como una flor golpeada por el granizo. Evitaba a todos, incluso a su madre. Su mirada, antes llena de brillo, se tornó opaca, húmeda, como si cargara un secreto demasiado pesado.
Pía fue la primera en notarlo. Luego María, después Curro. Pero solo Leocadia se negó a ver lo evidente… hasta que fue imposible seguir fingiendo.
Una tarde, harta del silencio y del encierro de su hija, Leocadia irrumpió en la habitación de Ángela exigiendo respuestas. Lo que recibió no fueron palabras, sino un muro de evasivas, miradas bajas y una angustia que flotaba en el aire. Leocadia, con el instinto de madre que tanto había enterrado por orgullo, supo que lo que le pasaba a su hija no era una fiebre ni un capricho: era miedo. Y no iba a permitir que el miedo venciera.
Mientras tanto, Curro también intentó acercarse. Él, que conocía a Ángela como nadie, se negó a aceptar que ella lo evitara por rencor. La confrontó con dulzura, con respeto, y por fin, ella habló. Lo que confesó fue una puñalada. Lorenzo la había acorralado tras la fiesta, aprovechándose de su confusión, forzando un contacto que ella rechazó con todas sus fuerzas. Pero el daño ya estaba hecho.
Curro, lleno de rabia e impotencia, no pudo contenerse. Encontró a Lorenzo y lo enfrentó a puñetazo limpio en medio del salón principal del palacio. Los criados corrieron, Alonso descendió furioso las escaleras, pero la escena ya estaba en marcha. Golpes, gritos, sangre. Y entonces, Leocadia entró.
Con el rostro endurecido por la furia, escuchó lo que su hija había callado y lo que Curro revelaba ante todos: que Lorenzo intentó abusar de Ángela. El tiempo pareció detenerse. Y cuando Lorenzo trató de justificarse, de victimizarse, Leocadia lo abofeteó con tal fuerza que cayó al suelo.
“Si vuelves a acercarte a mi hija, te entierro con ese uniforme”, le gritó mientras lo empujaba con desprecio. “Eres una vergüenza”. Alonso intentó detenerla, pero Leocadia ya no era la mujer temerosa de antes. Era una madre dispuesta a todo.
Curro, jadeante, sujetó a Leocadia por detrás, temiendo que lo matara. Lorenzo, herido, escupió amenazas que ya no tenían peso. Porque en ese instante, el palacio entero entendió: la verdad había salido a la luz, y ya no había marcha atrás.
Ángela, mientras tanto, observaba desde la fuente, aún temblorosa, pero con el alma un poco más ligera. Por fin alguien la defendía. Por fin su voz, su dolor, su verdad, tenía eco.
¿Y ahora qué? ¿Alonso por fin se atreverá a expulsar a Lorenzo? ¿O volverá a protegerlo, como tantas veces ha hecho?
¿Crees que Leocadia logrará proteger realmente a su hija, o este escándalo terminará destruyendo a todos?