LA PROMESA – URGENTE: Cruz regresa transformada, revela SU PEOR SECRETO y desenmascara a Leocadia

“LA PROMESA – URGENTE: Cruz regresa transformada, revela su peor secreto y desenmascara a Leocadia.” En el próximo capítulo de La Promesa, tras largos meses encerrada en una celda, el caso de Cruz sufrirá un nuevo giro y la marquesa, para alegría de pocos y tristeza de muchos, finalmente será liberada luego de que un testigo misterioso entregue una carta comprometedora al sargento Burdina, demostrando que Cruz no fue la culpable del disparo que afectó a Jana. Ahora, más alterada que nunca, Cruz regresará a La Promesa mucho peor que antes y su llegada tomará a todos por sorpresa, especialmente a Leocadia, cuyos planes de tomar el poder quedarán en riesgo. Sin embargo, Cruz traerá consigo un secreto impactante que provocará un giro inesperado en la serie.

Todo comenzará a suceder justo después de que Manuel salga de la biblioteca del palacio con el sobre aún entre los dedos, la mirada fija en el suelo y el rostro cargado de preocupación. La carta que acababa de leer venía de Cruz, su madre, presa desde hace meses, acusada de estar involucrada en el atentado contra Jana. Era la primera correspondencia que recibía de ella desde que todo ocurrió. El sello en el sobre lo confirmaba: el papel provenía de la prisión. Pero lo que más lo perturbaba no era el contenido de la carta, sino el momento en que había sido enviada. “¿Por qué ahora? ¿Por qué justo ahora?” Horas después, al atardecer, Manuel estará apoyado en la baranda trasera, observando el horizonte en silencio. Toño se acercará con las manos en los bolsillos y una expresión vacilante. “Estás raro desde el almuerzo,” dirá el muchacho. “Es por la carta.” Manuel desviará la mirada y asentirá con suavidad. “Recibí una carta de mi madre. Nadie hablaba con ella desde hace meses. De repente escribe. No lo entiendo.” Toño se sentará en la baranda y cruzará los brazos. “Tal vez tenga algo importante que decir.” “Ella siempre tiene algo que decir. Desde que tengo memoria,” responderá Manuel con voz amarga. Toño respirará hondo antes de continuar. “Quizás sea momento de escuchar.” “No,” dirá Manuel con firmeza. “No hay escucha. No hay visita, no hay perdón. Mi madre destruyó a la mujer que yo amaba. Cruz nunca aceptó a Jana. Nunca.” Toño permanecerá en silencio un instante, percibiendo que su amigo aún guardaba heridas abiertas. “Pero quizás…” comenzará, “quizás esté arrepentida, quizás solo quiera pedir perdón.” “¿Y qué cambia eso ahora?”, interrumpirá Manuel con la voz quebrada. “Jana perdió la vida. Luchó hasta el final. Luchó por los dos, por un amor que mi madre humilló. ¿Lo sabías?” “Lo sospechaba,” admitirá Toño. “Pero nunca te lo oí decir tan claro.” “Ella despreciaba a Jana por ser una sirvienta,” continuará Manuel. “Por no venir de cuna, por tener manos curtidas, por tener ideas propias. Mi madre decía que era una mala influencia, que me alejaba de mi deber como noble. Y al final todo lo que Jana hizo fue amarme.” Su voz se tornará temblorosa. “Y cuando todo ocurrió, Cruz ni dudó. Dejó que la culpa recayera sobre otros. Mintió, ocultó. No es víctima.” Toño aún así insistirá. “¿Y la carta qué escribió?” Manuel negará con la cabeza, desviando la mirada. “No puedo decírtelo. No aún. Ni yo lo entiendo del todo, todavía lo estoy procesando.” “¿Vas a romper la carta?”, preguntará Toño con cautela. “No,” responderá Manuel, “pero tampoco voy a responder, al menos por ahora.”

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Un silencio denso se instalará entre los dos. Mientras tanto, en las puertas delanteras del palacio, el sonido de un coche antiguo romperá el silencio del final de la tarde. El vehículo, con su motor rugiendo, se acercará lentamente hasta detenerse frente a la escalinata principal. El sargento Burdina bajará del asiento del conductor con expresión firme, llevando consigo una gastada carpeta de cuero bajo el brazo. Sus pasos decididos resonarán sobre las piedras del patio hasta alcanzar la puerta, donde Rómulo lo recibirá con un leve gesto de respeto, sorprendido por la inesperada presencia del oficial. “Buenas tardes, sargento Burdina, o mejor dicho, ‘Buenas noches, ya está oscureciendo’,” dirá Rómulo. “No sabíamos que vendría hoy.” “Ni yo lo tenía planeado,” responderá el sargento. “Pero traigo noticias que no podían esperar.” “¿Está el marqués en casa?” “Sí, sí, está en la sala de lectura. Voy a llamarlo.” Pocos minutos después, Alonso aparecerá en la entrada del salón, ajustando los puños de la camisa y mirando al sargento con una mezcla de curiosidad e irritación. “Sargento Burdina. ¿Qué lo trae aquí con tanta urgencia?” “Necesitamos hablar,” responderá él, “pero en privado.” La respuesta hará que Leocadia, que aparecerá por el lateral del vestíbulo, se detenga de inmediato. Fruncirá el ceño y fingirá dirigirse hacia la escalera, pero sus ojos seguirán atentos cada gesto del sargento y del marqués. Alonso, desconfiado, cruzará los brazos. “Si es algo que me concierne, puede decirlo aquí mismo.” “No es prudente,” afirmará Burdina. “Le pido que confíe en mí, señor Marqués.” Alonso suspirará con impaciencia. “Muy bien, vamos a mi despacho.” La puerta se cerrará tras ellos, dejando a Leocadia parada en el pasillo, intentando escuchar entre las rendijas con el corazón acelerado.

Dentro del despacho, Burdina depositará la carpeta sobre el escritorio y la abrirá con cuidado. Sus ojos mirarán a Alonso con seriedad. “¿Qué está ocurriendo, sargento?”, exigirá Alonso. “No es propio de usted hacer este tipo de visitas sin una razón grave.” “Y lo es, señor,” comenzará Burdina. “Esta mañana, una persona que no puedo identificar llamó a la puerta de mi oficina. No dio su nombre, no quiso revelar su identidad, pero trajo esto.” Sacará de la carpeta un sobre marrón, documentos y una declaración firmada. “¿Declaración de qué?”, preguntará el marqués. “De que la señora Cruz Luján no tuvo participación directa en el atentado que afectó a su nuera Jana.” Alonso se levantará bruscamente del sillón como si hubiera recibido un golpe. “¿Qué? ¿Qué clase de broma es esta?” “No es una broma, señor,” afirmará Burdina. “Estos documentos fueron anexados al expediente de inmediato y la fiscalía entendió que no hay en este momento pruebas suficientes para mantener a la marquesa detenida.” “Esto es un absurdo, una injusticia,” gritará Alonso dando un paso al frente. “¿Y quién es ese testigo? ¿Quién tuvo el descaro de declarar inocente a Cruz?” “No puedo decirlo,” responderá Burdina con calma. “Ni aunque quisiera, la persona pidió total confidencialidad. Está bajo protección.” “¿Pero usted cree en eso, sargento? ¿Cree que Cruz es inocente?”, preguntará Alonso con furia. “No he dicho eso,” replicará Burdina. “Lo que digo es que por falta de pruebas materiales, la justicia decidió liberarla y pensé que debía saberlo antes de que ella regrese.” Alonso se quedará sin aliento por un momento. Caminará por el despacho dándose la vuelta para contener la rabia. “Esto… esto no puede estar pasando. Esa mujer está detrás de más cosas de las que cualquiera aquí imagina. Y ahora va a volver como si nada hubiera pasado.” “Por eso vine,” dirá el sargento, “para que esté preparado. Será liberada en un plazo de 48 horas. Y si quiere mi opinión, Cruz no volverá en silencio. Volverá a recuperar todo lo que perdió.” Alonso cerrará los ojos un momento intentando asimilar lo que acababa de oír. Su respiración se volverá pesada. “La casa, el título, el poder… vendrá por todo y quizás por mucho más,” añadirá Burdina. En ese instante, fuera del despacho, Leocadia seguirá allí presionando el oído contra la puerta. Sus ojos estarán abiertos de par en par. Al oír las palabras “liberada” y “Cruz” se apartará de golpe sintiendo el estómago revolverse. “Esto no puede estar pasando,” susurrará para sí misma. “No ahora.”

Jana busca respuestas en Leocadia, en 'La Promesa' del 24 al 28 de febrero  - Cultura en Serie

Alonso permanecerá largos minutos en silencio dentro del despacho tras la salida del sargento Burdina. Sus manos temblarán ligeramente al apoyarse sobre el escritorio. El marqués sentirá que el suelo se le escapaba bajo los pies. ¡Cruz liberada! ¿Cómo podía ser posible? ¿Con qué fundamentos la justicia tomaría tal decisión? Y lo peor, sin que él pudiera saber quién era el responsable. La amenaza que se cernía sobre el palacio ya no sería solo una teoría. Tendría nombre, rostro y volvería en carne y hueso por la puerta principal. A la mañana siguiente, Alonso apenas podrá dormir. Habrá caminado en círculos por la biblioteca durante la madrugada, repasando mentalmente todo lo que Cruz sabía, todos sus secretos, todos los rencores que ella podría usar en su contra. Muy temprano bajará al salón principal intentando mantener una apariencia serena, aunque su rostro delataba noches en vela y profundas preocupaciones. Tomará el café de pie sin tocar los alimentos que Rómulo había dejado sobre la mesa lateral. Y será en ese momento, como una serpiente deslizándose por el pasillo, que Leocadia se acercará. La arpía llevará el cabello perfectamente recogido y el vestido oscuro contrastará con la sonrisa forzada en sus labios. Se detendrá frente a Alonso con una mirada inquisitiva, como quien ya sabe la respuesta, pero desea oírla de su propia boca. “Buenos días, Marqués,” dirá con dulzura fingida. “¿Ha dormido bien?” “En la medida de lo posible,” responderá él, seco. Leocadia dará un paso más, entrelazando las manos. “Rómulo comentó que el sargento Burdina estuvo aquí anoche.” Alonso se quedará inmóvil por un instante sin apartar la vista de la ventana. “Sí, estuvo.” “¿Y puedo saber el motivo de la visita?”, preguntará ella, inclinando ligeramente la cabeza. “¿O solo pasó a tomar el té?” Alonso suspirará con discreción, intentando mantener la calma. “Era un asunto de la comarca. Cosas burocráticas. No merece la pena abrumarla con detalles.” Leocadia forzará una sonrisa. “Por casualidad, ¿la visita de Burdina tiene que ver con Cruz?” Alonso guardará silencio, el maxilar tenso. Leocadia notará el leve temblor en sus manos y el desvío de la mirada. Eso le bastará. “Ah,” susurrará triunfante. “Entonces era eso.” “Ya dije que no hablaré del tema,” afirmará Alonso intentando terminar la conversación. Pero Leocadia no se rendirá. “La señora Cruz está siendo liberada, ¿verdad? Por eso está usted en este estado desde ayer.” “Leocadia,” comenzará él, irritado. “¿Sabes que va a volver?”, insistirá la arpía. “Entrará por esa puerta como si todavía fuera la dueña de todo. ¿Y tú se lo vas a permitir?” Alonso guardará silencio un instante, como si esas palabras hubieran perforado la última capa de su resistencia. “Si es verdad lo que dijo Burdina, si realmente está volviendo, no podré impedirlo.” Leocadia se acercará aún más con la voz fría como el hielo. “¿Sabes lo que va a hacer, verdad? Querrá retomarlo todo. Dirá que fue víctima de una injusticia. Nos enfrentará a todos, contigo, Alonso, contra tu casa, contra tu autoridad.” “No digas lo obvio, Leocadia,” replicará él. “Sé muy bien de lo que Cruz es capaz, mejor que nadie aquí.” “Entonces haz algo,” presionará ella, “antes de que sea demasiado tarde.” Alonso la mirará durante unos segundos. En sus ojos habrá miedo, pero también una sombra de agotamiento. “¿Y qué sugieres? ¿Que mande una nota a la prisión pidiendo que la retengan por conveniencia mía? No seas ingenuo,” dirá ella. “Pero al menos prepárate y manténme informada. Si Cruz regresa, quiero saber el momento exacto en que pise esta casa. Necesito saberlo.” “¿Y por qué, Leocadia?”, preguntará él desconfiado. “¿Le temes?” Los ojos de la mujer brillarán con rabia disimulada. “Digamos que tengo algunos asuntos pendientes con la señora Cruz. Asuntos que preferiría no ver expuestos.” Alonso soltará una sonrisa amarga. “Sí, creo que todos los tenemos.”

Justo en ese momento, Cruz Izquierdo llegará al palacio y estará mucho peor que antes. La puerta del coche se abrirá y descenderá la marquesa, o más bien lo que quedaba de aquella mujer altiva. El rostro marcado, la mirada endurecida, el paso firme, aunque más lento. Rómulo correrá a recibirla dudoso, pero respetuoso. “Señora Cruz, no sabíamos que vendría tan temprano.” “Ni yo sabía que este lugar seguiría en pie,” responderá ella sin mirarlo. “¿Dónde está mi hijo?” Antes de que pueda haber respuesta, Leocadia aparecerá en lo alto de la escalinata. Se quedará inmóvil un instante como si no pudiera creer lo que veían sus ojos. Pero el horror pronto se disimulará. Una sonrisa falsa aparecerá en sus labios. “¡Cruz, qué sorpresa!” “¡Sorpresa!”, retrucará Cruz subiendo los escalones. “Deberías estar rezando para que nunca regresara. Imagino lo cómoda que estabas en mi lugar.” “No digas tonterías, Cruz,” dirá Leocadia con falsedad. “Solo estuve aquí mientras tú resolvías tus asuntos.” “Mientras me enterrabas viva,” la cortará Cruz, fría. “Pero he vuelto y estoy mucho mejor de lo que imaginas.” Ambas quedarán frente a frente, tan cerca que el aire parecerá desaparecer entre ellas. La tensión será palpable incluso para los sirvientes más distantes. “No tienes idea de lo que descubrí en prisión, Leocadia, pero no te preocupes,” susurrará Cruz. “Tendrás todo el tiempo del mundo para prepararte, porque no he venido solo a recuperar lo que es mío, he venido a destruirte.

Horas más tarde, todo el palacio estará en alerta. Alonso, encerrado en su despacho, evitará cualquier contacto. Manuel, al saber del regreso de su madre, se negará a verla. Pero Cruz estará inquieta, caminando por los pasillos como una sombra vengativa, hasta detenerse frente al cuarto donde Leocadia se hospedaba. Golpeará con fuerza. La puerta se abrirá y la rival aparecerá tensa. “Tú y yo necesitamos hablar,” dirá Cruz. “Si vienes a amenazarme otra vez, ahórrate las palabras,” responderá Leocadia intentando mantener el control. “No, ahora es distinto.” Cruz dará un paso adelante. “Ya lo sé. Sé lo que hiciste. Sé que fuiste tú quien me puso en esa celda. Me incriminaste.” Leocadia palidecerá. “Estás delirando.” “No,” dirá Cruz con una mirada oscura. “Alguien me lo contó. Alguien que conoce tus alianzas, tus hábitos y tus miserias. Y tenlo por seguro, Leocadia. Aún no he empezado, pero cuando lo haga no habrá marcha atrás.” Más tarde, en los pasillos inferiores, Petra aparecerá en silencio, lo ha oído todo, y con pasos calculados pasará de una habitación a otra. Golpeará primero en la de Cruz. “Señora Cruz, ¿puedo pasar?” “Adelante, Petra. Has sido leal. Siempre lo fuiste.” Petra se sentará y fingirá emoción. “Me alegré tanto al saber de su liberación. Esta casa no era la misma sin usted.” “Ahora todo volverá a su sitio,” dirá Cruz, “y te necesitaré.” Petra sonreirá. “Cuente conmigo.” Media hora después, Petra golpeará la puerta de Leocadia. “¿Puedo entrar?” La criada se acercará con mirada preocupada. “Escuché que Cruz está haciendo acusaciones.” Leocadia abrirá los ojos de par en par. “Se volvió loca. Está diciendo que fui yo quien la incriminó.” “¿Y lo fuiste?”, preguntará Petra con fingida ingenuidad. “Por supuesto que no.” “Si necesita de mí, aquí estoy,” murmurará Petra con la misma sonrisa que había ofrecido a la rival minutos antes. Pero al salir, Petra susurrará para sí misma: “Me usaron como si no valiera nada, pero aún estoy aquí. Y cuando menos lo esperen, las dos van a probar su propio veneno.” Desaparecerá por los fondos con una mirada vengativa.

¿Qué te parecieron estas escenas del capítulo de la serie La Promesa? ¿Crees que finalmente Petra hará algo bueno y acabará con las dos villanas? Deja tu respuesta en los comentarios, ¡quiero saber! Y recuerda, el video no ha terminado. Hay más por venir sobre tu novela favorita. Solo haz clic en el video que aparece en la pantalla y te espero allá. ¡Hasta pronto y nos vemos en el próximo!

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